—Tengo una noticia buena y una bala. ¿Con cuál empiezo?
El secuestrador irrumpió en la habitación con media sonrisa.
Jonás apoyó los codos en el escritorio y se echó las manos a la cabeza.
—Necesito más tiempo—suplicó.
—Entonces empezaré por la noticia buena: te quedan veinticuatro horas para terminar el encargo.
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El inspector Astola descolgó el teléfono con desgana al reconocer el número:
—Qué pasa—suspiró.
—Yo también me alegro de oírte. Pásate por la oficina echando hostias. Tenemos algo gordo. Han denunciado la desaparición de Jonás Iglesias.
—¿El escritor?
—El mismo.
Tras pasar por comisaría, el inspector se dirigió a casa de Jonás. Le recibió su mujer, visiblemente nerviosa. Astola no tardó en ir al grano:
—¿Sabe si tiene algún enemigo?
—Le llegan muchos mensajes en redes sociales. Casi siempre de admiradores, pero también hay imbéciles que no soportan su éxito. Supongo que es el precio por ser el escritor más vendido del país.
La mujer miró al suelo, pensativa. tras unos segundos, volvió a levantar la vista:
—Ahora que lo menciona, tuvo que bloquear a alguien hace unos días.
—¿A qué se refiere?
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—Faltan doce horas. Recuerda el número de palabras y el final que necesito.
La papelera estaba repleta de borradores arrugados y Jonás seguía exprimiendo su imaginación a contrarreloj.
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El inspector llamó a la puerta con tres golpes de nudillo.
—Buenas tardes, soy el inspector Astola. Estoy buscando a Antonio Cifuentes.
El hombre apretó los labios negando con la cabeza.
—Lo mandé a la mierda hace un par de meses. ¿Ha pasado algo?
—Estamos investigando la desaparición de Jonás Iglesias. Sabemos que recibió amenazas de Antonio.
—No lo sé, pero no me extrañaría. Estaba obsesionado con que ese tío le había robado la idea de un libro que vendió millones de copias. Decía que algún día se iba a vengar.
—¿Y le había robado esa idea?
—Qué va. Otra mentira de tantas. Tardé demasiado en darme cuenta.
—¿Sabe dónde lo podemos encontrar?
—Tiene una casa retirada en la sierra donde solía ir cuando discutíamos, o cuando quería escribir tranquilo. ¿Ha probado a buscarlo allí?
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—Como abras la boca te reviento la cabeza—susurró Antonio.
El timbre de la casa volvió a sonar con más insistencia.
Astola comenzó a merodear tratando de encontrar vida a través de las ventanas.
Después de unos minutos eternos, todo pareció volver a la calma. Antonio revisó el manuscrito de Jonás. Como le había exigido, el final del relato describía a un hombre suplicando por su vida. El número de palabras también era el requerido: cuatrocientas noventa y nueve. Tenía que asegurarse de su gran obra. La que, de una vez por todas, le haría alcanzar su anhelada fama.
—Está perfecto, pero falta lo más importante.
Antonio apuntó a la cabeza del escritor y apretó el gatillo de su Glock. Jonás ni siquiera tuvo tiempo para suplicar por su vida.
Manchó su dedo con la sangre que brotaba de la cabeza de Jonás y escribió la última palabra del relato:
BANG.
***Este relato contiene exactamente 500 palabras contadas y revisadas, pero detecta 462. Es necesario para la trama que lo especifique. Este formulario me permite escribir más palabras que estoy utilizando para que este dato no pase desapercibido. BANG!