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«… Sueñe, por favor, deme tiempo… y la llevaré a donde nadie pueda desatar el nudo de este amor que merecemos, lejos del animal de su marido.»
Así terminaba la nota que reposaba arrugada junto a la bañera.
−Hemos encontrado otras del mismo estilo en un cajón de la cómoda, entre la ropa interior −informó el agente, puntual, entregando el trozo de papel al inspector−. La letra coincide. Parece que no es más que un crimen pasional, disfrazado de suicidio.
−… No es lo habitual −masculló el inspector hablando para sí mismo, mientras recogía la nota sin quitar la vista de la joven que yacía desangrada en la bañera.
−No hay más violencia en el cadáver que los cortes limpios de sus muñecas −terció el forense, mientras asentía mirando al Letrado de la Administración de Justicia, dando su conformidad para el levantamiento del cadáver.
Eran las ocho de la tarde del 9 de noviembre. Sobre la mesilla de noche de ella había un pequeño florero, con un ramito de violetas frescas.
El inspector cruzó a grandes pasos el pasillo que separaba el dormitorio donde se encontraba el baño, del salón. Se detuvo un segundo a observar un retrato de la boda de la pareja. Ella, en vida, había sido una preciosidad, pequeña y delgada, pero dotada de arrebatadora feminidad, muy atractiva. Él, enorme, muy musculado, tenía rasgos mucho más bastos, casi simiescos… pero no carentes de cierta belleza salvaje. Ninguno de los dos sonreía.
Por lo que había podido ver en el dormitorio, el pasillo y el salón, el inspector pudo apreciar que el piso estaba limpio, cuidado, y amueblado y decorado con innegable buen gusto. El marido estaba sentado en el sofá, completamente hundido. Vestía de traje, e irradiaba ese aura del comercial de antes, el que trabajaba la calle …una inmobiliaria, tal vez… Llevaba el nudo de la corbata flojo y el botón del cuello de la camisa suelto; las mangas arremangadas, dejando a la vista unos poderosos antebrazos… La americana yacía cuidadosamente doblada, apoyada en el brazo del sofá.
−Según emergencias, es él quien ha llamado… −comentó el mismo agente, señalando ligeramente con el mentón al hombretón sentado en el sofá− un signo claro de arrepentimiento.
El inspector, aún con la nota en la mano clavó en el marido aquella mirada profunda e implacable. Después, miró al agente enarcando escépticamente la ceja izquierda. Estaba desplegando todo su potencial no verbal. Solía bástate con eso. El agente dejó de tomar notas, intimidado, incapaz de apartar la mirada.
−¿Qué sabe usted sobre esto? −dijo el inspector tendiendo la nota al hombre sentado en el sofá.
−He sido yo −contestó con voz profunda, sin levantar la vista.
El agente carraspeó, orgulloso, creyéndose con la razón, pero el inspector no dejaba de mirarlo con extrema dureza.
−El que escribía las notas… era yo… Ella… −añadió gimoteando el marido, interrumpido por su propio llanto.
−Ella lo descubrió esta mañana −finalizó el inspector−. A veces, un suicidio es un suicidio, agente.