El ex-comisario Montoya se enfrenta a una sala de prensa abarrotadísima. Y no es para menos. Tras su figura más bien rechoncha y su cara marcada por las cicatrices y las arrugas, se esconde toda una vida entregada a su patria: sin ir más lejos, fue él quien evitó uno de los ataques terroristas más feroces de los últimos años, al coordinar, en apenas unos minutos, con la eficacia y la precisión de los relojes suizos, una intervención en los alrededores de la Sagrada Familia.
Se hace el silencio cuando uno de los periodistas se levanta y le pregunta: de todos los casos que usted ha resuelto, ¿con cuál se quedaría?
Pero lo primero que le viene al comisario Montoya no es, contra toda pronóstico, la desarticulación del ataque terrorista. Durante apenas unos segundos, al comisario lo que le viene a la cabeza es aquella soga que le rodeaba el cuello al escritor Hernán Alexanco.
Nadie tuvo dudas en su momento de que se trataba de un suicidio. En lo que no hay tanto consenso es en el motivo de tan drástica decisión. Al fin y al cabo, Hernán, muy poco antes de su muerte, acababa de firmar un contrato importante con una editorial importante. Pero entonces, ¿por qué decidió terminar con todo, justo cuando había conseguido lo que tanto le había costado conseguir?
El primer gran éxito de Hernán fue una novelita que publicó con una editorial muy pequeña. «Velocidades» había sido toda una anomalía porque, casi de la noche a la mañana, se habían vendido más de cinco mil ejemplares. Fue por eso que, no mucho más tarde, la otra editorial, la grande, le ofreció un contrato con unas cifras espeluznantes. Y durante largo tiempo se creyó que fue la presión la que acabó por desencadenar todo el infortunio.
Pero eso no era lo que había pasado. Y eso Montoya lo sabe perfectamente.
Tras arduas y tediosas investigaciones, el comisario descubrió que a Hernán Alexanco le había caído una herencia de un tío lejano. Oportunidad que por lo visto había aprovechado para llegar a un acuerdo con aquella editorial pequeña: si le publicaban el libro él se aseguraría de que se cumplieran un mínimo de ventas. Al ser un fenómeno local bastante presente en los diarios y en las revistas, al pobre Hernán no se le ocurrió otra cosa que seguir comprando el libro, presa de la trampa que él mismo se había tendido, hasta que llegó un momento en el que la gente empezó a comprarlo podríamos decir que por inercia.
Luego ya vino la oferta de la editorial grande y Hernán, suponemos que temeroso de que se descubriera todo el pastel, optó por tomar la vía más directa hacia la desaparición.
Y sí. Al ex-comisario le tienta hablar de Hernán Alexanco. Y durante unos segundos, de hecho, se lo plantea seriamente. Pero en el último momento decide cumplir con las expectativas y habla largo y tendido de la intervención de la Sagrada Familia.