‘- Apenas me conocía, tan solo habíamos hablado un par de veces, igual que pasó con las demás. Se instaló la aplicación por lo de siempre, monotonía en el matrimonio. Menos mal que dio conmigo, dios sabe la de gente rara que te puedes encontrar por ahí. Nos tomamos una última copa de vino junto con nuestros primeros besos. La noche era cerrada y algo lluviosa, no quise que cogiera el coche, aunque creo que no llegó a escucharme. Sí, la até. También me dejó desnudarla. No quise hacerla sufrir, ni siquiera me quité la ropa. Mientras la tocaba despacio, recorriendo su piel con mis manos, le susurraba al oído todos los sitios que recorreríamos juntos. Sólo bastó con imaginármelo para ponerme cachondo. No pudo entender que ella era especial, así que me llené de rabia cuando despertó. La agarré del cuello tan fuerte que quise estrangularla pero la solté, quise que me rogara que la matara. Me iba a hacer sufrir. Aún sentía los sudores fríos y el calor en mi cuerpo, no pude pararlo. Le tapé la boca para que no gritara hasta que no pude más y agarré con fuerza la lámpara de mármol que había sobre la mesilla. Le asesté un golpe en la cabeza. No bastó así que le aseste otro, y otro. Recorrí de nuevo su piel ensangrentada, sus pechos y su cuello. Acabamos empapados. Le asesté un último golpe, aunque ya estaba sin vida. No podía tener otra si no era conmigo – hizo una pausa -. Nada más que añadir, señoría.