A.Silva
Carolina Bravo Vaquero | Ce

En el agua, los cadáveres se hinchan. En manos del mar, un cuerpo que fuera bello en vida queda distorsionado, reducido a una masa amorfa, gorda y putrefacta, convirtiéndose en poco más que un grotesco globo, cortesía de los gases liberados por los órganos internos cuando empiezan a descomponerse.
Visto así, el rescate de los restos de un tío que llevaba desaparecido veintitrés días y que muy probablemente estuviese muerto y sumergido desde entonces, no parecía el mejor plan para una mañana de sábado. Sin embargo, la inspectora Emma Creus ansiaba poder observar detenidamente el cuerpo sin vida de Armando Silva, un exitoso empresario al que se le perdió la pista hacía ya más de tres semanas. Para Creus, los cadáveres gritan, gritan intentando contar como fueron sus últimos minutos de vida, gritan intentando revelar a su verdugo. No obstante, el cuerpo de Silva, ni siquiera susurraba. Tras el rescate del cuerpo y después de varias horas con el operativo montado en medio de una de las playas más concurridas de Benidorm, el examen forense preliminar tan sólo concretaba que Silva ya estaba muerto cuando se sumergió en el mar pero, más allá de lo putrefacto de aquel trozo de carne, no existían signos de evidentes de violencia que pudieran determinar la causa de la muerte.
La inspectora no paraba de observar el cadáver desde todos sus ángulos. Por más que lo miraba, Creus no encontraba nada, ni una marca, ni un hematoma, nada. El muy cabronazo, ¡perdón!, quiero decir, Armando, la víctima, estaba podrido pero ileso, hinchado como una esponja, pero sin una mala laceración.

Pasaron cinco horas desde que se procedió al levantamiento del cadáver hasta que Creus recibió la llamada del comisario Bravo. ¿Qué qué le dijo? Pues, básicamente, que los primeros informes de la autopsia de Silva parecían apostar por una parada cardiorrespiratoria y que, probablemente, el muy gilipollas, (¡Ay perdón!, otra vez), quiero decir, la víctima, se habría puesto hasta el culo de cocaína en la playa y habría tenido un infarto mientras se daba un baño nocturno. En definitiva, que había mucho curro como para invertir tiempo en el caso de un rico cocainómano al que se le fue la mano con la dosis. La inspectora asintió, colgó y suspiró.

Después, mi móvil sonó, era un WhatsApp de Emma, no de la inspectora Creus, si no de Emma, mi amiga, y decía: “Podemos estar tranquilas. Parece que se va a archivar el caso. Ese capullo no volverá a tocar a ninguna más”.

Y sí, lo que lees, fuimos nosotras. Resulta que el muy cabrón de Armandito, dedicaba sus fines de semana a abusar de mujeres; las drogaba y luego las violaba como un animal. Hace dos meses lo hizo con mi hermana, tiene quince años. Con la ayuda de Emma conseguí dar con su identidad. Un poquito de cloruro potásico intravenoso (¡Qué puedo decir!, las enfermeras sabemos cosas) y, el resto, ya lo conoces.

La guerra ha comenzado.

Ni una más.