Bajo el tintineo errante de una bombilla, encendió el noveno cigarro de la noche. El humo ascendía hasta el techo y se esparcía como una densa niebla por toda la estancia. Era como si aquel aire viciado le ayudara a poner en orden sus ideas.
Una máquina de escribir, un número en un papel arrugado y una hoja de periódico, eran las únicas pistas que había en la escena de los crímenes.
Alguien tocó dos veces a la puerta. Tras unos instantes, la persona al otro lado volvió a insistir, sin obtener respuesta. Mientras su mente trazaba intrincadas hipótesis, supo que habían dejado una taza de café en el suelo.
Dirigió un rápido vistazo al fondo de la mesa, donde se acumulaban otras tantas tazas de aquella bebida amarga. Miró hacia la ventana, pero no podía ver el exterior. El calor de la habitación contrastaba con el frío allá afuera.
Se puso en pie y se acercó cojeando. Pasó su mano por el cristal, haciendo pequeños círculos. Las calles de Londres estaban cubiertas de un manto blanco. No sabía cuánto tiempo llevaba inmerso en sus pensamientos, pero la última vez que se había asomado no había ni un copo de nieve.
Volvió a su mesa de estudio. Aquellos objetos, sin aparente relación entre sí, se estaban convirtiendo en una tortura. Sabía que en ellos estaba la clave del caso.
Observó la máquina de escribir. Nueve. Esas eran las letras que alguien había arrancado del corazón de la máquina. Desde el momento que había llegado a sus manos, había concluido que la única palabra que cobraba sentido con aquellas letras era King’s Road.
Saltó al papel recortado. Se trataba de una cifra que, por su extensión, debía de tratarse de un teléfono. Todos los números estaban tachados salvo tres de ellos: un nueve, un cero y otro nueve.
Continuó con el trozo de periódico. Era la portada del diario del 21 de febrero de 1907, un año atrás.
La impotencia ardía en su estómago y la frustración bombeaba en su pecho. Agarró su bastón y golpeó con rabia la máquina de escribir, lanzándola contra el suelo. Los trozos de papel describieron un círculo en el aire y salieron despedidos por la habitación.
No podía pedir consejo. No podía rebajarse, su honor estaba en juego. Se agachó a recoger los fragmentos de papel. Quizás mañana, con la mente despejada, viera las cosas desde otro punto de vista.
Otro punto de vista.
Aquel pensamiento prendió su mente como la mecha de un cañón. No era “nueve, cero, nueve”, sino “seis, cero, seis”.
Como el chasquido de una cerradura abriéndose, halló el mensaje. Era una cita de encuentro. Miró su reloj: mañana, 21 de febrero, a las 19:07 en el Club 606 de King’s Road.
Eufórico, aunque manteniendo la compostura, salió de su encierro con el bastón por delante, olvidando el café tras la puerta, que acabó derramado por el suelo.