Llevaba toda la tarde sentada delante del corcho, la cafetera ya no daba más de sí, no tenía clara la cuenta de las tazas, pero sabía que esa noche no dormiría. Flechas apuntando a las pruebas, hilos que conectaban a los sospechosos con la víctima, fotografías de los lugares que pudieran escupir información sobre el caso, nada.
Tenía la cabeza distorsionada, no conseguía unir una sola prueba con otra que pudiera tener sentido. Volvía a la cocina, otra pastilla, otro café…
Empezaba de nuevo: seis de la mañana, chico de 23 años que vuelve de fiesta, junto a su coche, antes de poder entrar, alguien le golpea en repetidas ocasiones con un objeto hasta dejarlo inconsciente, tres horas más tarde muere en el hospital a causa de un derrame. Según sus amigos no había discutido con nadie durante la noche.
Seguía perdida. Se tomó una ducha caliente, intentaba relajarse para no caer en la desesperación, otra pastilla, otro café.
Retumbanan en su cabeza las palabras que siempre le repetía su madre: «cualquier día te vas a volver loca con tanta investigación y tantas pruebas». No le faltaba razón, su trabajo era su vida, a lo que le dedicaba las 24 horas del día.
De nuevo a la carga. No tenía pareja, ni nada que se le pareciera, ningun negocio oscuro ni motivos por los que poder tener enemigos. Un chico normal que disfrutaba de una noche con sus amigos. Ninguna camara que grabara la escena. De nuevo, nada.
Los sospechosos, por llamarlos de alguna manera, fueron los últimos en verlo aquella noche, pero ninguno tenía motivos para hacer tal cosa, por eso cada vez que unía una prueba con un sospechoso, se desvanecía todo.
Suena el teléfono.
– Dime, David – era su compañero.
– Belén, no tenemos nada, ni una sola pista, no hay motivos ni sospechas, y si la hubiera, no la vamos a conocer jamás con lo que tenemos. Eso, o el que lo hizo está mal de la cabeza y lo hizo porque sí, porque le dio la gana.
El silencio hizo aparición entre ambos, no hicieron falta más palabras, los dos sabían que habían perdido. Colgaron sin despedidas.
Belén volvió a sorber su enésimo café, dejando la mirada perdida, mientras enpezaban a rodar lágrimas carrillos abajo. Entonces se dio cuenta, la taza de café cayó al suelo sin importarle los trozos de porcelana esparcidos en el suelo ni el café derramado, se agarró la cabeza desesperada por lo que acababa de descubrir. Las palabras de su madre y su compañero reverberaban en lo mas profundo de su cerebro.
Fue al baño corriendo, tropezandose por el camino por la urgencia, y al entrar, el suelo estaba lleno de sangre, con un bate de beisbol en la bañera. Se sentó en el suelo, sabiendo que Julia estaba ahí. Sacó su reglamentaria y llorando, decidió acabar con ella, llevandose con ella a Belén, y todo el dolor que conllevaba. Mordió el cañón. Las lágrimas seguían corriendo. La doble personalidad era una realidad. Adios Julia, adiós Belén.