AGUJEROS NEGROS
Javier González Ogando | JOgando

La policía había ignorado sistemáticamente sus denuncias, pero yo le creí. Tal vez porque sea el único detective ingenuo del mundo, porque la paga que ofrecía era realmente alta, o porque la desesperación se leía en su rostro. Le costaba hilvanar su relato y demudaba hacia un estado paranoico, no obstante, a pesar de lo inverosímil de su historia, le creí. Tras tanto tiempo investigando aburridas infidelidades, un asunto de posible homicidio era uno de esos casos que me habían inspirado para ser precisamente un detective.

Además, que alguien encargase descubrir a su presunto asesino, antes de que este le asesinara, le prestaba al asunto un exquisito aroma a caso de Sherlock Holmes.

Mi cliente estaba convencido de que alguien había puesto en marcha un plan, el más sofisticado del que yo hubiera oído hablar en mi vida, para acabar con la suya. Según él, consistía en que, cuando por fin el criminal le asesinase, nadie podría acusarle jamás, pues no quedaría n rastro alguno de la existencia de su víctima. Para mi cliente los hechos acaecidos en los últimos tiempos no eran una casualidad.

Aquí y allá – explicó – se abren inquietantes, con una sombría capacidad de atracción. ¡Cada uno que me alcanza se traga parte de mi vida! Han desaparecido los cines de barrio de mi adolescencia, ha desaparecido mi colegio, los antiguos billares en los que jugaba con mis colegas, la casa de mis padres… De las empresas en las que trabajé no quedan ni los edificios. Las casas de mis familiares ya no existen, derruidas u ocupadas por otras gentes. Mis amigos han muerto, o les he perdido toda pista. Aquí y allá se abren amenazantes y me están condenando. Alguien está borrando toda mi vida, ¡llenándola de agujeros negros!

El relato resultaba sobrecogedor y resultaba extraño, demasiadas cosas le estaban sucediendo y no parecía posible que ocurrieran tantas casualidades sin la intervención de algún agente externo.

Puedo asegurar que fui absolutamente profesional, puse todo mi empeño en averiguar que estaba pasando. Investigué todas y cada una de esas desapariciones, me llevó bastante tiempo visitar empresas, registros, entidades… pero finalmente, pasado ese tiempo, estuve en posición de entregarle un informe preciso.

¡Desde cierto punto de vista era cierto lo que mi cliente pensaba! Era verdad que alguien iba tras él y no con las mejores intenciones. Pero no había solución para ello, nada se podía hacer por evitarlo.

Todo desaparecía a su alrededor por un mismo motivo: Mi cliente envejecía, y a su alrededor la ciudad se modernizaba. Los agujeros negros crecían, siendo reemplazados por nuevos entornos, por retazos de otras existencias. Se trataba, en definitiva, de la simple marcha de la vida. El implacable asesino que iba tras él era el tiempo, inexorablemente iba cumpliendo con su eterna misión, lo que, paralelamente, iba haciendo desaparecer las huellas de mi cliente de su paso por la Tierra.