¡Ahí está el cadáver!
Ana I. López Hernández | BurgosBlues

Sangre, mucha sangre. García y yo acudimos a la llamada de Emergencias. Un vecino había descubierto la posible escena de un crimen. Un reguero de sangre seca asomaba por debajo de la puerta del quinto izquierda. Dentro, un gran charco rojo parduzco era el origen.

— Hay mucha sangre. Con toda seguridad su dueño ha muerto.
— Entonces, ¿dónde está el cadáver?
— Sin duda lo averiguaremos.

García era mi compañera. Una detective recién llegada a la división, poco agradable pero muy competente. Si alguien podía encontrar al pobre diablo que allí murió, era ella.

Tras ponerse unos guantes, se agachó a recoger algo del suelo. Me mostró un billete de tren muy usado:

— El asesino viaja en tren.
— Tal vez pertenezca a la víctima…
— No. Es evidente que la víctima no usaba transporte público.
— ¿Evidente ?
— En el mueble de la entrada están las llaves de su coche. Varias multas de tráfico y un par de billetes de metro obsoletos en el cajón derecho, prueban mi teoría.

Corrí a comprobar esos detalles. Todo cierto. García era un hacha, apenas le había dado tiempo a echar un vistazo mientras entrábamos en la vivienda.

Según el empleado de la oficina central, todos los viajes registrados en el billete tenían en común la estación de Chamartín. Nuestro objetivo eran sus andenes. La teoría de mi compañera sostenía que el cadáver debía estar en un lugar exterior y público, a la vista de todo el mundo:

— El asesino nos ha dejado una pista evidente. Está jugando con nosotros y alardeando de su intelecto.

Bajamos por la escalera mecánica al primer andén abierto al público, el de las vías cuatro y cinco que llevan a la Autónoma. Un caos. Todo en obras. Prisas, ruido de obras, pitidos de cierre de puertas… Lo cierto es que un cuerpo oculto en aquel caos bien podría pasar inadvertido.

Aún así, seguía sin tenerlo muy claro. García era una detective tan eficiente como hermética, pero nadie quería trabajar con ella. Había tenido diferentes compañeros y finalmente me la asignaron a mí. Tal vez por mi buen talante, por mi paciencia o quizás porque ya no quedaba nadie más… A pesar de mi alta tolerancia, me parecía absurdo buscar un cadáver en un lugar tan frecuentado.

— Pruebas, Martínez, las pruebas nos han traído aquí.

Su comentario me sobresaltó: ¿habría leído García mis pensamientos?

Desde nuestro andén contemplaba las obras en la vía tres. Suelos levantados, adoquines amontonados, paneles protegidos por plásticos… Su atención se centró en la columna que sostenía el edificio del vestíbulo principal. Sujeto a dicha columna sobre nuestras cabezas, como un santo de iglesia, un gran bulto cubierto por un plástico negro presenciaba aquel guirigay desde lo alto. Sin más, apuntando a aquel bulto, García gritó triunfante:

— ¡Ahí está el cadáver!

***
Acababa de perder mi tren a la Autónoma. Era evidente que otra vez llegaba tarde a clase. Y todo por culpa de aquel semáforo de la vía tres, que cubierto por un plástico negro parecía esconder el cadáver de algún pobre desdichado…