Uno pensaría que cuando le colocan una pistola a dos palmos de la sien, el miedo es la emoción dominante. Pero no.
– ¡¿Qué mierda es esto, tío?! ¿Y la pasta?
En ocasiones aflora una parálisis insuperable, capaz de disolver la voluntad como un ácido corrosivo.
– Esto era lo acordado…
– ¿De qué van estos cagaos, Bro? ¿Nos la están liando o qué?
Otras veces la mente se disgrega en múltiples centros autónomos, cada cual analizando una alternativa, evaluando una oportunidad.
– ¡Te callas, Pisha! Aquí sólo hablo yo. A ver, tío mierda: ¿Qué cojones hay en la caja? ¿Dónde está la pasta?
El que manda, al que el tal Pisha llama Bro, es un tipo delgado, con una de esas caras que es todo hueso. Aparenta unos treinta y tantos pero con ese margen de error que hay que darles a los que la vida ha tratado con la cortesía justa. También es el que lleva la pistola.
– Esto es el dinero. – digo, señalando la cajita.
– ¡Bro, métele una hostia a este gilipollas!
El que sugiere el uso de la violencia con tanta gratuidad, el señor Pisha, es un hombre encogido y compacto como una res. En su antebrazo, un tatuaje pone “Saray” con letras góticas.
– ¡Que te calles!- le reprende Bro.
– ¿Quiénes son estos payasos, Lungo?
– ¡Tú también te callas, zorrita!
La que pregunta, ignorando el pequeño detalle de la pistola que me apunta, es Kira, y se supone que trabaja para mí. Es una rubia fibrosa y atlética de treinta y tantos. Sé que tiene una pistola pero no sé dónde. Si es en su bolso, lo tiene Pisha al otro lado de la habitación.
– Llámame otra vez zorrita, capullo, y te arranco el alma.
Bro me quita el cañón de la cabeza para apuntarla a ella. Demasiado lejos aún.
– Oye, el dinero está aquí …- digo, llamando su atención.
Bro me lanza una mirada de las que equivalen a una puñalada y me arranca la cajita de la mano. De ella sale un diminuto pendrive.
-¿Esto es la pasta? No me jodas.
– Correcto. Un millón de euros en bitcoins a la cotización de hace dos días. Hoy, vete a saber.
Bro se queda mirando el pendrive.
– Nos la quieren jugar, Bro, te lo digo yo.
– ¿A ti no te han dicho que te calles, payaso? – le escupe Kira.
Bro sigue dándole vueltas a las ideas. Si sólo estuviera medio metro más cerca…
– Vale. Voy a ver si es verdad… Pisha, vigílamelos. Pero sin mierdas, eh. No la jodamos ahora.
Le entrega la pistola a su compinche mientras saca un móvil. En cuanto desaparece por la puerta, suena un latigazo.
– Lo que me estaba apeteciendo esto, puta.- dice Pisha.
Kira se lleva la mano a la boca, un hilo de sangre corre por sus labios. Con los ojos, me señala el bolso, aún demasiado lejos. En un instante, mi mente dibuja todos los escenarios posibles. Kira sonríe, los dientes teñidos de rojo.
– ¿A que no lo haces otra vez, malnacido?
Como un resorte, Pisha cambia la pistola a su mano izquierda y estira el brazo derecho para volver a abofetearla.
Ahora o nunca.