La lluvia golpeaba torrencialmente la ciudad. Las enormes nubes grises oscurecían las calles mojadas. Hacía tiempo que había anochecido y poca gente quedaba por las calles. Hacía frio, mucho frío y los copos de nieve empezaban a sustituir poco a poco a las gotas de agua. Si seguía nevando así , pronto se formaría un bello manto blanco.
El silencio se iba apoderando de cada rincón de aquella singular y estrecha urbe. Pero no todo era tranquilidad.
Una madre con un bebé en sus brazos, corría como podía para evitar caer y dañar al niño.
No iban demasiado bien abrigados para la temperatura que reinaba en esos momentos. Tendrían que buscar algún lugar donde resguardarse. Y tendrían que hacerlo rápido, por su seguridad y para evitar morir congelados.
Nadie acudiría a ayudarles. Ella lo sabía bien. En aquella zona , en aquel barrio, la gente evitaba las complicaciones. No querían problemas ni con la policía ni querían involucrarse en asuntos turbios.
El bebé lloraba, y se removía en la pequeña manta que le cubría. La mujer intentaba calmarle como podía, acercándosele con todas sus fuerzas para darle el calor necesario. Mientras lo hacía, miraba hacia atrás de tanto en tanto.
Por fin, cobijada en un recoveco de la calle, podía observar el portal de donde había salido huyendo. Su corazón iba a mil por hora. Ponía su mano en la boca del pequeño para que se callara, a riesgo de asfixiarle. El vaho que salía al compás de su respiración podía delatarla. Estaba empapada y sentía mucho frío. Pero la adrenalina, que su cuerpo generaba en esos momentos no le daba lugar a quejas, solo a pensar en sobrevivir.
Un extraño, unos minutos antes, había entrado en su casa y con un enorme cuchillo de cocina, había asestados dos cuchilladas a su pareja. Ella no entendía el porque. No mediaron palabras. Ni siquiera sabía si él estaba vivo o muerto. Su impronta fue salir corriendo con el bebé. Y ahora ellos estaban en peligro.
La apagada luz de una farola iluminaba la calle.
– ¡ Dios mío¡ – grito ahogadamente- mis huellas están en la nieve.
Es ese momento alguien tocó su hombro desde atrás. Cuando giró asustada, un hombre encapuchado le hizo la señal de que guardara silencio llevando su dedo índice a la boca.
En ese momento también pudo observar que había otra sombra más, al otro lado de la calle escondida en el quicio de la entrada de una tiendo, que se encontraba cerrada en ese momento.
Por fin vieron salir a un hombre corpulento con un cuchillo en su mano, de la casa donde ocurrieron los hechos y que iba tras las marcas de los pies de la mujer en la nieve.
A pocos metros de ellos, uno de los hombres salió a su encuentro y le dio el alto.
-¡Policía¡ – gritó.
No se detuvo, y dos disparos tronaron en el aire. Su cuerpo cayó al suelo de inmediato. Todo había acabado.
Alguien desde una ventana cercana, dejó caer el visillo.