El relajante y tranquilo silencio, se ve ocupado por las chirriantes ruedas sobre el asfalto. No es una carrera. No es una persecución. No hay coches de policía. Sólo son cinco personas en la carretera. Las mismas cinco personas que están dentro del coche. Cuatro de ellas gritan. Dos gritan de emoción, las otras dos de terror. ¿Qué pasa con la única persona que no grita? Está en silencio. Sólo observa los bruscos movimientos del volante, intentando no entrar en pánico. El coche no va en línea recta, va serpenteando. Aceleran, cogen la curva, y una de las ruedas traseras, amenaza con elevarse del suelo. Una de las personas que grita de terror suplica que paren el coche. Pero no se detiene. Al contrario, acelera sin saber exactamente a donde ir.
Las tres personas que estaban en la parte trasera, veían una luz de frente, y que sugería ser el final. Una de las chicas, cerró los ojos, preparándose para el impacto. Pero nada llega. Es como si sucediera a cámara lenta. Escucha el sonido al pisar el freno y un olor desagradable llena sus fosas nasales, el olor a goma quemada. Abre las ojos. No han muerto.
Un gran grupo de policías está delante de ellos. Comienzan a moverse y a rodear el coche. Los dos que están delante, hacen un mohín. Les han chafado la diversión.
Los tres que están detrás, suspiran de alivio y proceden a salir del coche con los brazos en alto.
En la comisaría, sólo las tres personas que carecían de amor por la carretera, hablan. Los otros dos, parece que se aburren. Después de un par de horas, y varias acciones por parte de los conductores, deciden llamar a un doctor de la mente, un psiquiatra. Después de evaluarlos, proceden a trasladarlos a un centro. No son conscientes de lo que han hecho, por lo tanto, no son actas para andar sueltos por la calle, y mucho menos conducir. Sus amigos no sabían el diagnóstico. Pero sabían que nada bueno iba a sucederles.
Los policías veían las caras de los amigos, y sólo se les ocurrió decir la mítica frase que no ayuda en nada: «Podrían haber muerto».
Esto es algo, que ellos ya sabían. Los chicos se suben a un coche de policía, acompañado por ellos. Cuando llegaron a sus casas, cada uno de ellos tuvo diferente reacción. Una de ellas, lloró mientras temblaba. La otra, estaba cabreada. Y por último, la única persona que no había gritado, al llegar, gritó. Dejó ir toda la frustración y el miedo.
Ahora ellos tendrían miedo de subir a un coche, mientras que los policías estaban seguros, de que sus otros amigos, no iban a volver a pisar la calle.