Su nombre era Víctor Manuel, pero no quería que le llamaran así. Había soportado demasiado acoso escolar por su nombre. “Anda, cántanos algo, tartaja”, “¿Y Ana Belén? ¿Te ha dejado por feo?
Ojalá fuera Supermán, en lugar de un chico tartamudo, miope y con “necesidades especiales”.
Ahora era Vik. Tuvo su inspiración viendo una película de detectives, la segunda cosa que le gustaba más en la vida, después, por supuesto, de Supermán.
La tercera, era mirar a la gente pasar, sentado en un banco del parque, e investigarles en su imaginación. Algún día sería como el detective Colombo. Él tampoco era muy agraciado.
Pensaba en esto mientras observaba a un hombre junto a los arbustos. Parecía nervioso. Medio sacaba del bolsillo de la chaqueta algo envuelto, pero en cuanto divisaba a alguien, lo dejaba donde estaba y se desplazaba distraído.
Tenía que volver a casa, así que se quedó sin saber qué iba a hacer aquel extraño. Hasta el día siguiente no pudo regresar a echar un vistazo. Rebuscando entre los aligustres encontró un paquete de papel de una conocida panadería.
De primera intención, iba a cogerlo con la mano descubierta, pero vio más prudente envolvérsela en su bolsa del sándwich, para no borrar huellas.
Era una cartera de mujer. No tenía dinero, ni documentos. Había también unas llaves. Lo más preocupante era un pañuelo de cuello, retorcido como una soga.
Se llevó el paquete consigo a casa. Pero su padre se enfadó porque hubiera cogido “porquerías del suelo” y su madre, airada, tiró todo a la basura.
Sin pruebas, no había investigación, ni podía ir a la policía. Volvió sin éxito al lugar. El tema acabó por disiparse en su memoria.
Había pasado más de un mes. Aquel hombre, el sospechoso. Estaba en la misma parada de autobús que Vik.
Se le ocurrió lo obvio, lo que hubiera hecho cualquier detective: Subirse tras él y esperar paciente hasta que se bajara. Entonces, le siguió por un lugar despoblado.
Tener su aspecto era una desdicha para casi todo, pero para espiar era una ventaja: invisible, a nadie le interesa una persona como tú. Aunque te vieran, tampoco piensan que te enteres de una mierda.
Con lo que no contó Vik fue con que, si reconoció al hombre del parque, también éste recordaba al idiota que le miraba embelesado mientras intentaba librarse de los objetos que podían incriminarle en el asesinato de su mujer.
En un rápido movimiento se volvió y emprendió carrera hacia Vik. Él miedo paralizó al muchacho, que no ofreció resistencia. Recibió en pleno rostro el brutal puñetazo que hizo retumbar el mundo. Patadas y más golpes. El dolor se hizo insoportable y su mente empezó a volverse lechosa, como si se alejara en plena ventisca de nieve.
Antes de desmayarse, sólo alcanzó a ver una figura difusa, azul y roja, que se precipitó sobre el mal hombre. Los golpes cesaron.
Todo le dolía, pero sonrió. Él siempre acude donde le necesitan.