Amanda Napalm miraba fijamente los ojos de una vaca.
El inspector hablaba de la dura vida rural, siempre pasaba igual en cuanto salían de la ciudad se inspiraba.
Amanda se metió un chicle en la boca sin darse cuenta de que ya masticaba uno. Ya no sabía si lo que tenía era intuición o mono de nicotina.
– Le han robado el cencerro.
– ¿Qué?
– A la vaca.
– Pero Amanda, ¿qué más nos da la vaca?
– Hay que fijarse en las cosas fuera de lugar ¿no? Pues a esta vaca le falta una campanita como la que llevan las demás.
El inspector se llevó la mano a los ojos.
– Claro, Amanda, vamos a prestarle atención a un trozo de estaño y no al cuerpo que hay en el granero aplastado por su propio tractor, que eso es cosa de todos los días.
Amanda masticó los dos chicles.
En el granero de la Granja del Cojo efectivamente yacía un cadáver, el del dueño de la granja, el nieto del Cojo original.
El inspector se agachó a coger unas briznas de paja y las olió.
– ¿Hueles eso?
Amanda asintió por ser amable porque lo que es oler, solo olía el hierro de la sangre del nieto del Cojo.
– Gasolina.- Dijo el inspector.- Han querido prender fuego al granero, pero algo les hizo huir. Posiblemente fueran sorprendidos. Alguien en el pueblo sabe algo.
– O es el tractor que tiene pérdidas, eso les habría dado tiempo a robar el cencerro.
El inspector hizo una mueca. Siguieron examinando el granero hasta que cayó el sol.
Cenaron en la taberna más grande. Frente a varios chatos de vino vacíos, el inspector estaba animado.
– ¿Un cencerro, Amanda? ¿En serio? ¿Quién robaría un cencerro?
– El material no vale nada. – dijo Amanda, admitiendo que la motivación era poco clara.
– Igual le gustó la musiquita, tolón, tolón.
Amanda se apoyó en la barra, le incomodaba que el inspector estuviese tan expresivo, al fin y al cabo era una investigación y la taberna estaba llena de sospechosos en potencia.
De la pared de la taberna colgaban azadas, barricas de vino local y fotos de la cofradía a la que pertenecían los dueños.
– Mira en la pared. – dijo Amanda.
– ¿Qué? Un cencerro, sí, ¿y qué? Ahí hay otro y ahí otro y otro y otro. Y mira, en una de las fotos sale el difunto ¿sabes por qué Amanda? Porque esta es una taberna local y estas son las cosas que hay aquí. Vamos, Amada, eras más simpática cuando fumabas.
– Puede ser, pero ese cencerro tiene la marca de la Granja del Cojo y parece recién puesta, hasta tiene hay arenilla blanca en el suelo del tornillo recién clavado.
El inspector estaba pensativo.
– Pero vamos a ver. ¿Roban el cencerro, se lo traen al centro del pueblo y deciden colgarlo en la taberna más pública de la región?
Amanda esperaba que los camareros no hubiesen escuchado al inspector.