En la desolación que se vivía en Madrid en 1958, una ciudad sumida en la angustia y la oscuridad que plomizaba el cielo como si éste se resistiera a dejar entrar la luz, la delincuencia había aumentado y la gente ya no se sentía segura en las calles. Fue entonces, en medio de este aciago momento histórico, cuando un crimen sacudió la ciudad y una investigación policial se abrió para esclarecer lo ocurrido.
Un crítico gastronómico había sido encontrado sin vida en su hogar y, aunque todas las pesquisas apuntaban a Baudelaire, un famoso chef de un prestigioso restaurante de alta cocina, la detective encargada de la investigación sabía que la verdad era mucho más compleja. Consciente de la complejidad que envolvía el mundo de la alta gastronomía, donde las rivalidades y las envidias entre chefs eran ferozmente competitivas, la detective se adentró en el laberinto de una investigación que parecía no tener fin. Con cada pista, sentía que se atrapara aún más en una telaraña de mentiras y secretos, perdida en el laberinto en que se había convertido la investigación.
Cuando descubrió la verdad, un sentimiento de arrepentimiento la embargó. Era como si hubiera visto demasiado, como si hubiera tocado una parte oscura de la humanidad que prefería no haber conocido, Baudelaire había aprovechado el cambio de carta propio de cada temporada para aderezar el sorbete de degustación con cloropromazina. Un potente vasodilator que indujo al crítico a un estado salvaje de miocarditis. El Chef no había superado las malas valoraciones que recibió en su primer restaurante, y cargaba en sus espaldas el rencor y el dolor de su fracaso anterior. Incapaz de superarlo sin vengarse. Llevaba una década luchando contra su deseo ardiente de compensar su dolor interno, con el ajeno hasta aquella cena primaveral.
Para la señorita Holmes, este caso, sin embargo, la había dejado marcada para siempre. Había visto la podredumbre del alma humana y no estaba segura de querer volver a sumergirse en ella. Los pecados capitales se habían manifestado ante ella como un motor inagotable de energía y mal, donde la ira y la envidia se habían desmedido con gula.
Sabía que la ciudad de Madrid seguía siendo peligrosa y que no sería la última vez que tendría que enfrentar la cruda realidad del crimen, pero seguía incapaz de comprender tal atrocidad, en las sensibles y delicadas manos de un artesano de sabores y texturas. El legado de un genio, en el sumidero de la memoria.