Estaban en pleno verano, pero llevaba nevando desde hacía varios días. En la radio los tertulianos tenían una acalorada discusión: «El cambio climático es la causa de todos los males que le están ocurriendo a nuestro planeta»
María ya estaba muerta, así que el fin del mundo no era algo que en ese momento le importase demasiado.
Unos minutos antes de dar las doce de la noche, el detective Max se encontraba en el gran salón, había sacado su pistola y todos estaban con las manos levantadas, excepto la muerta que miraba con tristeza al techo.
Siete personas culpables de algo tan humano como es la venganza o la traición. Sería muy complicado encontrar quien lo había hecho, ya que todos en mayor o menor medida tenían alguna cuenta pendiente con la muerta. En este caso, quizás también fuera difícil encontrar al inocente.
«Muerto el perro, se acabó la rabia» no sé quién acuñó esta frase, pero en esta casa, alejada de la civilización y bloqueada por la nieve, la rabia aún seguía muy latente.
Su dedo acaricia el suave gatillo de la vieja USP Compact de 9 milímetros, compañera de miles de aventuras.
Sabe que no podrá estar apuntándoles toda la noche y que de ellos no va a conseguir mucha colaboración. Así que lleva un buen rato pensando que debe hacer. Si al menos pudiera llamar a la comisaría, pero eso ya lo intento y comprobó que no tenía cobertura.
Todos miran a la anciana, cuatro hombres y dos mujeres, esperando que ella resuelva la situación.
—Dígales que se sienten y pongan sus manos en las rodillas.
—Son mayores de edad y le entienden perfectamente.
Creo que se ha equivocado viniendo a esta casa.
—Vine porque me lo pidió María. Ella sabía que algo malo le iba a pasar. Y siento no haberla sabido proteger.
El reloj marca las doce, los aullidos de los lobos se sienten a lo lejos. María, la muerta, ha empezado a moverse. Los rostros de los siete y sus cuerpos, empiezan a deformarse ante la incrédula mirada del detective. Garras, pelos y dientes aparecen en cuerpos que van haciendo trizas las ropas que llevan. La humanidad que en ellos hubiera habido va desapareciendo.
Max se da cuenta de que el principal problema que se cernía en la noche de descubrir al asesino ha cambiado, ahora el verdadero dilema es como poder salir vivo de esta jaula sin salida en la que se encuentra, donde incluso puede ser la víctima de su propia amiga.
María, o lo que en otro momento fue, se encuentra de pie con los ojos inyectados en sangre, golpeándose con el resto de la manada por ser la primera en atacarle.
Siete segundos después la luz se apaga, de su pistola sale una bala acompañada de una ráfaga de aire caliente y un estruendo que resuena en toda la casa.
Huele a sangre fresca en la casa del lobo.