Amores que matan
Luis Miguel Tejera Mateis | Mikel Cayado

Amores que matan (relato corto)

Ricardo Centeno fue nombrado subinspector de la policía nacional, hacia, no demasiado tiempo. Sus compañeros lo llamaban, por algún curioso motivo y a secas, Centeno.

Al subinspector Centeno le gustaba frecuentar un bar, siempre el mismo.

El café estaba casi frío y a medio terminar, cuando le sorprendió, una mano no tan fría que le acariciaba sutilmente el antebrazo.

Hola Ricky! Perdona si te he asustado, no era mi intención. Dijo ella con templanza mientras se desvanecía la sonrisa de su cara.

Era Amanda, su primer amor en la adolescencia.

A ver! Que necesitas de mí? Por que es evidente que andas metida en algún lío. Me equivoco? Dime.

Amanda reaccionó rápido para susurrarle al oído: Mi novio está muerto. He sido yo. Tengo su cuerpo en un frigorífico. Recuerdas mi casa de campo?

Nos movemos ya! Dijo Ricky.

Ya habían entrado a la casa de campo de Amanda. Los ciento sesenta y cinco kilómetros fueron muy duros pero lo que venía ahora era peor.

Donde está el cuerpo? Dijo Centeno con cara de pocos amigos.

Aquí. Dijo Amanda con una extraña e inexplicable seguridad señalando con el dedo una puerta blanca perfectamente lacada. También intentó explicarle quién era Gerard pero el subinspector ya lo conocía. Gerard había heredado de su padre, recién fallecido, el negocio.

“El Clan de los Argelinos” controlaba integralmente cualquier actividad ilegal en toda Europa. No tenían competencia.

Había pasado media hora cuando llegaron al borde del acantilado.

Lanzó el cuerpo de Gerard al vacío, esta vez sin ayuda y mandó dos SMS a su contacto en el cuerpo para estos casos. El protocolo exigía únicamente un SMS por fiambre. Quizás lo había olvidado? Esperó confirmación y destrozó a taconazos el móvil. Guardo todos los restos en su chaqueta dentro de una pequeña bolsa de plástico. Lo haría desaparecer al llegar a casa. Su compañero haría lo mismo, no sin antes comunicar al informático de la compañía telefónica que cumpliera con su parte del protocolo. Cobrar cinco mil euros por tres clic de ratón eran más que suficientes para limpiar cualquier conciencia.

A la mañana siguiente y a primera hora cada uno tendría un móvil nuevo. Y los dos SMS nunca habrían existido.

Así funcionaban las cosas. Y nunca salían mal.

Ahora quedaba la peor parte. Despedirse de Amanda.

Ya está todo solucionado. Dijo Centeno.

Le pidió que saliera del coche y la movió sutilmente hacia el borde del acantilado mientras la besaba. Amanda apenas percibió el desplazamiento y antes de arrojarla al vacío, sin mirarla, le inyectó una dosis letal de Fentanilo, una droga sintética cien veces más fuerte que la morfina.

El subinspector Centeno conocía perfectamente al “Clan de los Argelinos” y sabía que no saldría viva de esta. Era cuestión de tiempo.

Cinco segundos antes de morir y caer al vacío, Amanda gritaba débilmente mientras escuchaba moribunda como el eco del acantilado le respondía:

“Prefiero matarte yo a mi manera.
Te amaré siempre.”

Mikel Cayado.