Antes de que caiga la noche
María Márquez Sierra | Aya

Era bastante fácil de ver. Independientemente de cómo decidiera tomárselo Oliver, Mya estaba decidida: no había posibilidad alguna de que aquella chica fuera la asesina.
—Te estoy diciendo que esto es una pérdida de tiempo. —Recalcó la joven peliblanca, mirando de reojo las grabaciones del establecimiento.
—Si me pagaran por cada vez que te equivocas podría dejar el trabajo y cómodamente. —Replicó su compañero mientras presionaba levemente el botón de retroceso, tratando de llegar a una hora concreta de la grabación para comprobarla.
El silencio era el mejor compañero que ambos podían tener, por lo que Mya se resignó y decidió complacer a Oliver, quedándose calladita y observando atentamente otra de las mil grabaciones que habían visto en lo que llevaban de día. La grabación pasaba y pasaba, la luna levemente bajando del cielo para dejar entrever al sol una vez más, cuando algo sorprendió a la peliblanca.
—¡Para ahí! —Gritó, haciendo que Oliver se sobresaltara y dejase pasar el momento. Para no perder el tiempo con más tonterías, Mya lo empujó a un lado y se situó frente al ordenador, presionando varios botones hasta llegar a un fotograma concreto, permaneciendo en riguroso silencio hasta entonces. — Joder Oliver… ¡Joder!
—¿¡Quieres hacer el favor de explicarte de una vez!? —Cierto es que estaba acostumbrado a estos dramas de la chica que ahora se había convertido en su compañera indefinida, pero por mucho que sus dolores de cabeza fueran ya algo común eso no lo hacía nada llevadero.
—¡Llevabas razón! —Le contestó a gritos y sin mucha alegría, señalando una esquina del fotograma en cuestión. En este se podía apreciar una sombra. Una sombra mirando directamente a la cámara. Una sombra a la que le faltaba una oreja.
—¡Hay que correr al aeropuerto antes de que se vayan!
Y como tantas otras veces, estaban corriendo. Sin pararse a pensar y con el viento en los talones, persiguiéndolos muy de cerca. Con suerte, la moto que

llevaban los dejó en el aeropuerto en menos de quince minutos.
—¡Señorita Hyrsse! —Gritó Mya una vez la divisó, con Oliver sacando las esposas justo detrás— Quedas detenida por el asesinato del Centro.
Era un proceso simple. Detención, interrogación, prisión provisional y juicio, si todo salía cómo esperaba. Los llantos de la chica no hicieron que ninguno de los dos policías frenase ni por un segundo, ambos convencidos de sus hallazgos.
Quizás fue ahí donde fallaron. Donde sus ojos mostraron la verdad y su cerebro distorsionó la realidad para hacerlo todo más fácil. Porque mientras la señorita Hyrsse esperaba al coche patrulla para ingresar en prisión, su sombra andaba suelta. Y no esperaría a que ellos se dieran cuenta.