¡AQUÍ HAN FUMADO!
Fco. José Zornoza Cárdenas | F.J. Zornoza

El cenicero rebosante de colillas será la guinda al pastel. Conocí a Marta hace unos días en Tinder. Utilice para seducirla un perfil falso, el de Cornelius Creso, marchante de arte. Un millonario erudito que no ha tenido suerte con las mujeres y anda en busca de una compañera que se adapte perfectamente a sus gustos y carácter. Tras darle «like» ella me hizo «match». Estuvimos chateando durante horas. Divorciada, sin hijos, empleada de banca, culta y guapa. Ella se iba abriendo revelándome todo lo que precisaba conocer. Marta era perfecta, y así se lo hice saber con un «super like».
Tres salidas, hasta que ayer, por fin, me invitó a cenar en su casa.
Es una ventaja ser ambidiestro, utilizando el japonés deshuesador que he cogido esta mañana de casa de su hermano, le he asestado tres cuchilladas con la mano izquierda en los alrededores de la aorta abdominal. La he visto morir chillando como una cerda mientras emanaba a borbotones incesante sangre por las heridas. Ya con la mano derecha, y utilizando esta vez el cuchillo de matarife que pertenece a su exmarido, un tajo certero justo debajo del tallo cerebral habrá provocado la inflamación inmediata de la médula espinal e interrumpido el flujo sanguíneo y con él, las señales nerviosas en el tronco encefálico. Una muerte segura e instantánea. Finalmente, situado tras ella y tomando sus manos entre las mías simulo un hara-kiri. Elegí a Marta, entre otras cualidades, por ser una «reki-jo», una auténtica fan de la historia japonesa. Así pues, para esta tercera muerte ¿qué mejor que usar una de las milenarias catanas de su colección?
Junto a las tres colillas que ya había en el cenicero de Marta, deposito diez más de marlboro que he recogido del cenicero de su hermano, cuando he entrado a tomar prestado su cuchillo deshuesador japonés con hoja alveolada y mango de madera negra. Busco en el bolsillo inferior izquierdo y extraigo otra bolsa con siete colillas, esta vez de ducados, el tabaco que fuma Marcelo, el exmarido de Marta que he cogido de su apartamento, y las entremezclo con el resto.
Cuando la policía científica haga su trabajo y el laboratorio identifique el ADN en los cigarrillos y las huellas dactilares en los cuchillos, cualquiera de las tres muertes de Marta resultará probada. Me quito los guantes de látex y doblo con cuidado el ensangrentado mono que cubría mi ropa. Tras peinarme frente al espejo de la salida, abandono el lugar del crimen. Me dirijo a la comisaría de policía, donde me sentaré a esperar en mi despacho de inspector jefe de la policía. Mi especialidad son los crímenes que nadie logra resolver. Solo me queda por decidir a quién cargaré, en esta ocasión, el muerto.