Sucedió en una noche de invierno. Acababa de salir de la biblioteca donde había pasado la tarde estudiando, minutos antes del cierre. Era ya tarde, hacía frío y no pensaba en otra cosa más que en llegar a casa y disfrutar de un buen descanso y una cena caliente. Y fue mientras estaba absorta en mis pensamientos que choqué con un hombre. O, más bien, fue él quien chocó conmigo.
El impacto provocó que ambos tropezáramos y nos girásemos para comprobar qué había pasado. Al hacerlo, vi a un hombre bastante normal, alto y delgado. Llevaba una gabardina negra y un maletín en una mano; y la otra, vacía, se extendía hacia mí en señal de disculpa. La falta de luz ocultaba parte de su cara, pero pude apreciar una boca de dientes blancos y desorganizados, adornada con una cicatriz en el labio superior.
Ante su gesto de disculpa, yo hice lo propio y le pedí perdón por el encontronazo. Sin embargo, tras avanzar unos pasos más, y habiendo procesado ya lo que acababa de pasar, me percaté de la presencia de un aroma extraño en mi nariz. No podría haberlo descrito exactamente ni siquiera en aquel momento, pero supe que no era algo que hubiera sentido antes. Aun así, supuse que era algún olor de la calle y no le di más vueltas.
Hasta que, en un intento de protegerme del frío, guardé las manos en los bolsillos de mi chaqueta, donde encontré un trozo de papel que no recordaba haber puesto allí. Lo saqué, extrañada, y lo inspeccioné. Era papel normal y corriente… excepto porque en él había escrita una frase que me lleva acompañando los últimos 6 años:
“¿Crees que la humanidad está lista para resistir un ataque a escala global?”
Obviamente, pensé mucho en este suceso aquella noche. ¿Qué quería decir esa pregunta? ¿Había sido el hombre con el que me había chocado quien la había escrito? Y, ¿por qué me la había dado a mí? Sin poder llegar a ninguna conclusión razonable, decidí no darle más importancia. Total, ¿qué era lo peor que podía pasar?
Tres días después me puse enferma. Fiebre, mocos, pérdida del gusto y del olfato. “Será una gripe tonta” – me dije. A la semana siguiente, les tocó el turno a mis padres. Mi madre lo pasó sin complicaciones, pero mi padre estuvo varios días hospitalizado. Dos semanas después, mi abuelo falleció por neumonía. Y un mes más tarde, los centros sanitarios quedaron saturados y se proclamó el estado de emergencia.
Actualmente, la pandemia se ha declarado controlada y la vida ha vuelto a la normalidad… más o menos. Y yo, por fin, he podido cumplir mi sueño de trabajar para el cuerpo de policía internacional.
Ahora que tengo los recursos, pienso encontrar a ese hombre. Averiguar si tuvo algo que ver con todo lo que ha pasado en estos años. Y preguntarle: ¿por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué lo hizo? ¿Para demostrar que no estábamos preparados?
Para darnos cuenta de nuestra debilidad… ¿era necesario tanto sufrimiento?
Necesito respuestas.