ASESINATO EN EL CIRCO
Rafael Sastre Carpena | HARUKI

De madrugada, bajo la sucia carpa del Circo Maravillas, cuatro jóvenes agentes permanecen expectantes sin conseguir alejar la mirada de la figura que yace a sus pies.
Cuidando de no traspasar el perímetro señalizado con la cinta policial, somnolientos paparazzi disparan sus flashes una y otra vez intentando obtener la imagen que les rente algún día de alquiler y varias comidas calientes.
Al margen del sonido de las cámaras solo se escucha el silencio, que se esfuma de repente cuando irrumpe en la escena del crimen el inspector López, de la brigada de homicidios. López, más conocido por su extraordinaria perspicacia como «el Sherlock de Fuencarral», se enfrenta al que podría ser, tal vez, su último caso. Con 64 años y 364 días a la espalda, mañana dirá adiós al Cuerpo después de muchos inviernos de impecable servicio. Sus compañeros lo despedirán entonces con el rito acostumbrado: banquete, medalla (aplausos), discurso (aplausos) y regalo (más aplausos, muchos abrazos).
Le explican que la víctima es una acróbata, asesinada con el puñal que sigue clavado en su vientre, uno de los que utiliza habitualmente la lanzadora de cuchillos, la cual ha sido detenida y está custodiada por otra unidad.
Sherlock López saca unos anteojos dorados del bolsillo, se los coloca, y después de atusar su bigote, se inclina sobre la muerta para poder analizarla mejor. Tras un par de minutos se incorpora y ordena de forma enérgica que liberen a la sospechosa y detengan al payaso. «Él es el culpable», dictamina el inspector, que guarda las gafas, se alisa de nuevo el mostacho y da media vuelta, dirigiéndose a la salida.
Antes de que suba al coche, uno de los asombrados periodistas le pregunta cómo ha podido llegar a semejante conclusión. «El rictus sonriente del cadáver no otorga beneficio a la duda», contesta López, que como siempre sin despeinarse, acaba de resolver su enésimo caso. Tal vez el último de su flamante carrera.