Asesinato en el lago
Albert Ricolfe | McGalligan

Mientras caía la noche y una luna llena inmensa se reflejaba sobre las tranquilas aguas del Kumstal Lake, entró en escena la detective McGalligan. Acompañada de su ayudante Kevin Finster, recopilaban todas las pruebas e iban atando cabos, hablando en voz alta:
-El maníaco intentó matarlos pasando por un punto cercano sin desvelar su escondite. Solo una de las chicas, las de las zapatillas deportivas, Laura, que casualmente trajo consigo una linterna pudo intuir los pasos del maníaco y descubrir su posición.
-Claro, así es, anticipándose para poder llegar a la cabaña y encerrarse segura. Sin embargo, no la excluye como la posible perpetuadora de los crímenes. -dijo Kevin.
-Exacto, pero al matar al primer campista estaría expuesta y los demás habrían oído los gritos de auxilio. Además, no es nada corpulenta para enfrentarse a dos hombres que le doblan en estatura.
A McGalligan no le importaba nada ser novata, eso nunca le causaba inseguridades. De hecho, ella solo quería centrarse en una sola cosa: que no aparecieran los demonios en su cabeza que desataban un autosabotaje repentino.
Canturreaba la melodía de siempre, mientras conducía de vuelta hacia la comisaría, recordando a Kevin los sospechosos:
-Tenemos a Laura, la runner, Nieves la friki informática, es muy torpe y muy probablemente eso la salvó y Lola, la bibliotecaria intelectual aficionada a la botánica.
-Y no te olvides de Virtudes, la bailarina de balé clásico, muy escurridiza para esconderse rápido: Pudo matar y llegar a la cabaña fingiendo estar a salvo. Es un poco extraño que trajera su vestido de tutú al campamento, ¿no crees, jefa?
La figura de los cadáveres volvió a su mente y recordó cómo, antes del interrogatorio, los campistas contemplaban atónitos los dos cadáveres, que flotaban en el lago del campamento. Sólo uno de los sospechosos mantenía una postura inexpresiva.
¡Qué cara de póker! -recordó que le susurró Kevin.
La detective no sabía encontrar el método con raciocinio para juntar todas las pruebas. Después de haber inspeccionado el lugar y las pruebas:
– Nada es concluyente, no puedo basar la evidencia sobre suposiciones y sospechas. No tengo dudas, pero la suspicacia me empuja a acusarles. Todos mienten, estoy segura pero no tengo pruebas para incriminarles. Sólo puedo pensar que la víctima pudo ser aturdida con un veneno para facilitar el crimen.
En esos momentos, una mano coge la miniatura de la detective McGalligan del tablero y se alza una voz asertiva que afirma:
-Laura te acuso como asesina que ha perpetuado los crímenes, con la colaboración de Lola: proporcionando la ricina para matar a las víctimas. ¡Mostrad vuestras cartas de personaje!
Y así cayó la tarde, de forma entretenida, para el grupo de juegos de detectives desvelando a los asesinos del lago. McGalligan regresó a casa satisfecha, ansiosa por resolver nuevos casos.