‘-Un asesinato tan sangriento solo puede responder a un motivo pasional. Las pasiones llevadas al extremo convierten a los hombres en seres irracionales.
Fernando tuvo que volver la mirada mientras que su jefa, la detective María Velasco, seguía mirando el cuerpo ensangrentado que yacía en medio del Pasaje Gutiérrez.
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Don Leopoldo del Val era un empresario de Valladolid de principios del siglo XX. A su funeral, como era de esperar, acudió lo más selecto de la sociedad: empresarios, políticos banqueros… Todos se afanaban el dar el pésame a su viuda y a todos les reunía un sentimiento común: la curiosidad por saber los detalles del cruel asesinato de su marido.
Cuando la multitud se disipó, solo quedaban el en cementerio los familiares más cercanos del difunto, salvo su hijo mayor, Manuel, fruto de su primer matrimonio, y la detective Velasco.
– ¿Es usted la viuda?
– Sí. -respondió doña Amelia- ¿Conocía usted a mi marido? Su cara no me resulta familiar.
– No exactamente, señora. Soy la detective Velasco y estoy aquí para hablar sobre el asesinato de don Leopoldo.
– No hay nada de qué hablar, señorita. Ha sido su hijo Manuel. Mi marido nunca aprobó su relación con esa chica engreída y sin modales con ínfulas de artista. Cuando nos dijo que quería casarse con ella, mi marido le amenazó con retirarle su asignación y Manuel entró en cólera. Amenazó con destruir esta familia y eso es lo que ha hecho. Búsquenle. Él es el culpable.
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Tras unas semanas, la detective Velasco sabía más de aquella familia que ellos mismos. Pese a ser envidiados por toda la ciudad, de puertas para adentro eran lo menos parecido a una familia modelo que María hubiese visto nunca.
Manuel, el hijo mayor, malgastaba el dinero en fiestas y alcohol y pretendía casarse con una cantante mediocre. Tomás, el mediano, había robado en la empresa de su padre, de la que era tesorero, hasta que su padre le amenazó con contárselo a la policía, También tenían una hija, Ágata, una joven amargada por el deseo de su padre de mantenerla a salvo de la crueldad de los hombres. Amelia Pimentel era la segunda esposa de Leopoldo, aunque, hasta la muerte de su primera mujer ella había sido su amante. Años después, la historia se repitió y Amelia descubrió a su marido con una chica más joven y guapa que ella.
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-Siento molestarles a estas horas, señora, pero creo haber resuelto el crimen- dijo la detective a doña Amelia.
Tras explicar los motivos que le habían llevado a sospechar de todos, la detective Velasco hizo llamar al asistente de don Leopoldo. Juan Esgueva, nacido en La Habana, era el hijo de una antigua criada del empresario que, tras ser forzada por este, emigró a Cuba para empezar una nueva vida. Cuando su madre estaba a punto de morir le contó la verdad y desde entonces su único objetivo fue vengarse del crimen que. 19 años atrás, su padre había cometido.