Asesinato
Yolanda Rocha Moreno | Blanca Klum

— Hágame un resumen, inspector, porque no me estoy enterando de nada.
— Voy al grano, comisario. El vecino de al lado ha declarado que le despertaron los gritos a eso de las tres de la mañana y que nos llamó porque escuchó varias veces la palabra asesino. Cuando los agentes llegaron, la esposa estaba hecha un mar de lágrimas y el marido parecía ido totalmente. Descubrieron el cadáver en la cocina, con un abrecartas clavado en el pecho.
— ¿Todavía hay gente que usa abrecartas?
— Ya ve, comisario. Parece ser que el muerto hacía pocos meses que vivía en el piso y que fue el marido el que insistió en que se quedase, porque él viajaba mucho y su mujer se sentía sola. La esposa nos ha manifestado que al principio todo iba bien pero, a medida que transcurrían las semanas, empezó a notar que su cónyuge hacía cosas extrañas: se presentaba antes de tiempo en casa, llamaba constantemente, alargaba sus días de descanso… Comenzó a echarle en cara que cuidaba más al otro que a él, que le reía todas las gracias y que se gastaba un dineral en comprarle caprichos. Incluso que llegaba a gritarle por el teléfono, hecho una furia, si, cuando comunicaba con ella, escuchaba al fallecido a través de la línea aunque fuese por algo absolutamente banal.
— Vamos, el típico caso del celoso incapaz de controlarse.
— Eso parece, desde luego. Lo que nos ha relatado la esposa es que ella se acostó más temprano de lo habitual porque tenía jaqueca y que su marido se quedó en el salón viendo la televisión. La víctima hacía rato que dormía. Y que, ya de madrugada, le sintió entrar en el dormitorio. Cuando encendió la luz, el tipo estaba pálido como una sábana y le soltó, sin más, que al ir a coger agua a la cocina se había encontrado al muerto. Ella fue allí y, al ver lo que había ocurrido, empezó a gritar.
— ¿El marido sigue sin querer decir nada?
— Ni una palabra. Pero tenía un móvil y las pruebas le delatan sin ninguna duda, en especial la salpicadura de sangre en el puño derecho de su camisa y el resto que ve ahí, en la bolsa transparente.
— Ah, sí, la pluma verde. La tenía en el pelo, ¿verdad? Pues caso cerrado, inspector. Nunca entenderé cómo alguien es capaz de matar por un motivo tan estúpido.
— Ya he llamado al ayuntamiento para que se lleven los restos. Qué lástima… era un loro tan bonito……