El calor levantaba el asfalto.
Carl era de homicidios, veinte años en el cuerpo y la piel curtida de patear las calles.
Hace diez años que conocía a Cecile, su compañera de trabajo, inteligente, valiente, y una infiltrada en una de las bandas más peligrosas de la mafia.
Hoy tocaba patrullar las calles. La tranquilidad era total.
Carl salió del coche.
– Voy a mear a la cafetería, te traigo un refresco?
Le dijo Carl a Cecile. Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
El sol era abrasador, enfrente tenían una gran obra que estaba levantando el nuevo centro comercial del pueblo.
– ¿Cuándo piensas casarte? Dijo Carl en tono burlón.
¿Quieres que se te pase el arroz como a mi?
Cecile, con cara de desgana le dice:
– Vamos a dar una vuelta anda, a ver si se cuece algo.
– ¡A todas las unidades, código cuatro, hay tres cadáveres en las obras!
Acudan todas las unidades, repito, todas las unidades.
Cecile tiro el refresco por la ventana y pusieron rumbo de nuevo a las obras. Llegaron los primeros.
Acordonaron la zona.
Sólo se veía la punta de los zapatos de los cadáveres enterrados en el cemento.
– Carl, ¿a qué te recuerda esto?
– Típico de la mafia…
Cecile sintió un escalofrío, era una fotografía de los asesinatos de la mafia albanesa en la que estaba.
– Ya están, aquí. Esto acaba de empezar… Murmuró Cecile.
Rápido corrió la voz de lo ocurrido, y no tardaron en llegar los primeros curiosos.
Cecile miro al gentío, y le pareció reconocer a alguien entre la multitud. Decidió seguirle.
Este empezó a correr y se dirigió a un callejón.
Carl, al ver que Cecile se alejaba decidió seguirla, y de repente se oyeron disparos.
Al llegar Carl se encontró al individuo tirado en el suelo.
Cecile, le había disparado.
– Tranquila, cogeremos a estos cabrones. Le dijo Carl para tranquilizarla.
Fueron a comisaría, donde identificaron al sujeto como el hijo del mayor traficante de la mafia albanesa, pero eso ya lo sabían.
– Vamos a por él. Pensó Cecile
Fueron a buscar pistas a la casa del identificado con todos los refuerzos, sin saber que al llegar, les
esperaba una lluvia de balas a manos del capo de la mafia, tras enterarse de la muerte de su hijo.
El primer agente que puso el pie en la calle, cayó abatido.
Solo se oían disparos, la calle se convirtió en un infierno.
Cecile, decidió rodear la manzana y entrar por una ventana trasera.
Mientras, Carl, se dirigía a entrar por la puerta principal sin piedad.
– ¡Alto el fuego! Dijo Carl, al ver que ese cabrón tenía de los pelos y encañonada a su compañera
Cecile.
– Llevo tres años detrás de esta zorra. Nos engañó. Pero nadie escapa después de traicionar a la
mafia. Dijo el mafioso.
Carl apuntaba únicamente a la cabeza de ese cabrón.
Dispara.
Lo mata. Pero antes, él acciona también su gatillo atravesando el cráneo de Cecile.
– Cecile, no te vayas…