BATIDA DE BÚSQUEDA
ANTONIO LLERAS SANCHEZ | JACOB JONES

Era nuestro tercer día en Terrington desde la desaparición de la pequeña Lily Walsh. Junto a la chimenea encendida de la posada, O´Brien y yo entrábamos en calor, después de haber dejado escondido, en el bosque de Dalby, un oso de peluche de Lily que habíamos solicitado a su desesperada madre. La joven investigadora, mientras daba sensuales sorbos a su taza de té negro, me esbozaba su plan maestro.
—En la batida de esta noche por el bosque, tendremos que separarnos —me decía O´Brien—. Yo recorreré el flanco norte con la patrulla de policías y voluntarios. Tú irás por el sur con los cazadores y leñadores. —Su plan era innegociable cuando sus ojos verdes destellaban ese brillo premonitorio de éxitos—. Tu misión será rápida: conducir a tu patrulla hasta el punto donde se encuentra el peluche, si es que los pointers y los lebreles tardan en llevaros a él —me insistía en lo rápida de la misión para borrar mis temores a separarme de ella, inmóviles como las nubes sobre Terrington.
Nos encontraríamos a media noche, cuando ambas batidas se juntasen en ese caos de linternas, barro y ladridos.
—Solo tienes que recordar una cosa, Jacob —siempre me llamaba así, y no Jake, cuando quería captar mi total atención—. En el momento en que nos encontremos, no puedes quitar la vista del párroco. Tampoco del maestro.
Cuando se juntaron las dos patrullas, ya con el oso embarrado entre mis manos, busqué a los dos sospechosos para tenerlos deslumbrados bajo la linterna, antes de comunicar nuestro hallazgo. Aunque el maestro se mostró más aturdido frente a ese peluche lúgubre, reaccionaron de forma similar. Fue entonces cuando O´Brien, ante la sorpresa de todos, encañonó a Harry, el tabernero, que se vino abajo rápido, y enseguida confesó dónde escondía a la pequeña Lily.
—Jacob, el culpable siempre se encuentra en las batidas, no hay más que leer a Conan Doyle —me dijo de vuelta a la posada—. Solo hay que aprender a mirar con otros ojos. El padre de Lily debía casi setecientas libras al tabernero, que se había gastado en pintas de lager. Después de muchas amenazas ignoradas, Harry decidió tomarse su propia venganza, sin haber calculado bien las consecuencias de un secuestro así.
Recordé que la tarde anterior, mientras estábamos en la taberna de Harry, O´Brien había estado investigando el libro de cuentas a escondidas, y debió ver todos los movimientos. En medio de la confusión de las linternas, aprovechó que yo apuntaba a otras personas para fijarse en la cara de sorpresa del tabernero, que sabía que, en el momento del secuestro, Lily no llevaba ese oso, hecho que acabó delatándolo ante los ojos de mi queridísima investigadora.
Ya de madrugada, los gritos de la señorita O´Brien, al otro lado del tabique, no me dejaron pegar ojo. Celebraba su nuevo éxito con algún joven apuesto, mientras mis manos deseaban atravesar la pared para apartar a ese joven que la poseía.
Una vez más, acabé tapando mis tristes oídos con otra vieja almohada.