BEBIENDO EN SOLEDAD
Juan Janeiro Molares | Rickolas Cage

Me encontraba en el bar, como casi todos los sábados. Todavía eran las once, por lo que el ambiente era bastante bueno. La gente bebía sin parar, cantaba, jugaba a los dardos o al billar; yo como siempre estaba solo, en una pequeña mesa apartado, pensando en mis problemas. De pronto sonó una canción muy querida, casi todo el bar se puso de pie a cantar. “American Pie”, me gustaba esa canción. Me sentía bien, así que decidí fumarme un cigarro. Mi mechero estaba muy viejo, ya no funcionaba. Por suerte los de la mesa de al lado estaban fumando.
—¿Tienes fuego?
Una joven me ofreció su mechero amablemente. De pronto llegó un hombre con una actitud muy chulesca.
—¿Te está molestando este viejo, nena?
Me levanté. Se acercó a mí.
—¿Eres estúpido?
No dije nada. Me quede observando al grupo un momento. Algo me llamo la atención, las mujeres. Eran menores. Incluso un ciego podia darse cuenta que no superaban los quince años.
—Lo siento. Debo irme.
El hombre empezó a reír. Pronto dejaría de hacerlo. Abandoné el local y me metí dentro del coche. Tuve que esperar tres horas a que esos miserables salieran por la puerta. Las chicas estaban drogadas, como era de esperar. Las metieron en el coche. Iban tan borrachos que no se dieron cuenta que les seguí hasta su casa. Un edificio de apartamentos baratos.
Había sido policía durante muchos años por lo que entrar en ese vertedero fue bastante fácil. Esperé un rato en la escalera. Pronto se escucharon gritos. Llamé a la puerta. Todo el mundo se calló. Cobardes.
—¿Quién es?
—Es el tío del bar.
Me cansé de esperar. Rompí la puerta de una patada. Estaban muertos de miedo. Lo iban a estar todavía más.
—Oye, tío, no queremos problemas. Siento lo que te dije.
Parecía que iba a mojar los pantalones. Me daba vergüenza. Permanecí callado y entré en la habitación. Uno de ellos sacó una pistola. Las dos chicas estaban desnudas, aterrorizadas.
—Si vas a dispararme creo que antes debes quitar el seguro.
Le quite el arma. Después rompí su mano. En nada empezó a llorar como el patético hombre que aparentaba ser.
—Por favor, no me dispare.
—No necesito un arma para lo que te voy a hacer.
Acerqué algo de ropa a las jovenes y se fueron.
—Oye, tío, ellas querían hacerlo.
—¿Les has pedido su documentación? No parecen más mayores que mi nieta.
—Tío, soy una buena persona. Mi padre tiene dinero, te daré dinero.
—No quiero tu sucio dinero.
—Te daré lo que quieras.
—Lo único que quiero es limpiar este mundo de basura como tú.
—Mátame y te convertirás en un criminal.
Me acerqué a su oído para que me escuchara con claridad. Podía sentir su respiración.
-Oh, amigo, olvidas que estuve en Vietnam, soy un criminal. Matarte a ti y a tu amigo no significa nada para mí.
Lo hice, les aplasté la cabeza. Me sentí bien. Por curiosidad miré su documentación. Eran dos policías. En ese momento lo tuve claro. El mundo había cambiado. Yo ya no pintaba nada en él.