Benigna y Segunda
Miriam Herrán de Viu | DATE ALAS

Benigna contempla el cuerpo inerte de su marido. Ya no respira. Todavía parece que la mira, con la mano al pecho y el miedo en el rostro.
—Benigna. —Su última palabra se la ha dedicado a ella. Si le hubieran quedado más en la recámara la hubiera insultado e increpado, porque allí estaba ella, mirándolo como un pasmarote, sin pedir ayuda, sin llamar a una ambulancia, mientras a él se le iba a chorros la vida.
No se atreve a tocarlo, le parece que si lo hace, él dará un respingo y volverá a la vida. Coge el teléfono y duda.
—Ya está —anuncia.
—Voy.
Antes de que tenga tiempo de recoger un solo plato de la mesa, llaman a la puerta.
Segunda entra, besa en la mejilla a su vecina y se va directa a la cocina.
—Da yuyu —comenta.
—Sí que lo da —responde Benigna cerrándose la rebeca como si el frío hubiera entrado en la casa, siguiendo los pasos de Segunda—. Y ahora, ¿qué hago? ¿Llamo a una ambulancia?
El inspector Gutiérrez entra en escena diez minutos después de que la ambulancia se alejara de allí con el cadáver, por el que lo único que han podido hacer es certificar la hora de su muerte.
—Benigna, ¿no has acompañado a Paco en la ambulancia? —pregunta echando un vistazo a su alrededor.
—Paco se ha ido —solloza ella.
—¿Qué ha pasado?
—Se le ha parado el corazón.
Él se pasea por las estancias con suma atención, como si fuera a salir alguien de detrás de una de las múltiples cortinas de la casa para darle un susto de muerte. Nadie le ha dicho que acuda, pero lleva dos meses de baja, sepultado en la casa del pueblo y se aburre como una ostra pasando las horas muertas jugando a las cartas con su madre. De hecho se ha puesto los pantalones hace diez minutos, en cuanto ha escuchado el sonido de la ambulancia.
—¿A qué has venido, Pepe? —pregunta Segunda, porque Benigna sigue abrazada a sí misma, con la rebeca ya abrochada de arriba abajo.
—Me han llamado —miente.
—¿Quién?
—Información reservada —vuelve a mentir.
—No hay nada que investigar. Le ha dado un ataque al corazón.
—Eso es lo que parece. —Les mira entrecerrando los ojos, manteniendo la tensión.
Sabe que su visita está fuera de lugar y que su madre ya tiene la cena lista, pero le cuesta tanto no hacer nada, que le hubiera encantado encontrarse un escenario macabro, con salpicaduras de sangre por las paredes y un misterio que resolver.
—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estoy, Benigna —se despide.
En cuanto las dos vuelven a quedarse solas en casa se miran.
—Creí que nos iba a pillar.
—No digas tonterías. Todo ha salido según lo planeado. Nadie sospecha, y el muy cabrón en breve estará bajo tierra.
—No sé si he hecho bien.
—Ya te digo yo que sí.
Benigna echa un vistazo a la cocina. Es la primera vez que está en casa y no cuenta las horas entre un golpe y el siguiente.