El inspector Fonseca se retrepó en la silla de su escritorio, observando las fotos de un caso al que no le encontraba explicación. En ellas, se podía contemplar la cabeza cercenada de un famoso escritor estadounidense de éxito mundial. Dicha cabeza, fue encontrada ensartada en la mano derecha de un monumento. La figura en cuestión, es el corazón de Jesus. Ubicada en el cerro de los ángeles, en Madrid. Seis meses después aún seguían sin rastro del cuerpo del escritor, al que llamaremos D.B.
Los únicos sospechosos pertenecían a una secta satánica que, unos días antes de la muerte, concedieron una entrevista a D.B. Según se pudo corroborar, al encontrar un video en el teléfono del escritor. Pero no existían pruebas suficientes para seguir investigando a ninguno de ellos, solo el conspiranoico dato de que aquella escultura se hallaba a 666 metros del nivel del mar.
Aquella noche el inspector decidió sumergirse en la lectura de una de esas novelas Best seller, que tanta fama le habían otorgado a aquel hombre.
Lejos de ofender a los satanistas, el inspector se dio cuenta de que, a los que realmente ofendía era a la iglesia católica.
Incluso un alto miembro del Vaticano desaconsejó leer sus novelas, llamándolo blasfemo.
Con ese dato, Fonseca decidió apartar a los satanistas de la sospecha, y centrarse en otras posibles pesquisas.
Lo que nunca espero, fue que gracias a su octogenaria madre, el caso se resolviese al fin.
La mujer había faltado a misa desde hacía más de un mes, por una operación de rodilla.
Aquel domingo, el inspector Fonseca decidió llevar a su madre a la iglesia San Nicolás, donde un sacerdote cincuentón, con un físico más acorde a un miembro de la mafia que a otra cosa. Ofrecía una efusiva misa para sus fervientes feligreses.
Después de acomodar a su madre en uno de los bancos de madera de la iglesia. El inspector salió afuera, mientras esperaba a que la misa acabara.
Al término de esta, volvió para acompañar a su madre a la salida.
Una vez en el vehículo, Fonseca preguntó a su madre:
—¿Qué tal la misa?
—Bien hijo, bien, aunque no me gusta el nuevo cristo que ha colgado el padre Varela.
—¿Por qué mamá?
—Tiene muchos detalles escabrosos.
—¿Demasiado detallado?
—Si, muy realista.
Cuando el inspector dejó a su madre en la casa, un pensamiento fugaz le pasó por la cabeza. Haciéndolo volver de nuevo hacia la glesia San Nicolás.
Una vez allí, se encaminó hacia el altar, acercándose a escasos metros del nuevo Cristo.
No podía creer lo que estaba viendo, el detalle con que aquella figura había sido creada, rozaba la perfección. Se podían intuir hasta los pelos de los brazos y piernas. En ese momento el padre Antonio Varela salió de la sacristía, sorprendiendo al inspector observando el cristo. El cura mudo su rostro alegre, componiendo un rictus de terror. Haciendo comprender al inspector, que aquel cuerpo disecado, era el que buscaba.