Al asomarse a la ventana vio sangre correr a lo largo de una artesa, y las patas de un animal. Un estremecimiento corrió por todo su cuerpo infantil. Juanito había visto las patas de un animal que era arrastrado por unas manos y se preguntó si serían las de su borreguillo.
Esto era lo que le comentaba Juanito a su amigo Damián, después de haber ido a buscarle a su casa, tras la desaparición de su borrego, en un estado evidente de desesperación y desconfianza hacia sus padres.
Estos aseguraban que el hermoso borreguillo que les había regalado su abuelo, no estaba muerto; aunque, al final, y tras probarles que había visto la sangre con sus propios ojos, admitieron que estaba simplemente herido y que se lo había llevado el veterinario para curarlo. Eso era su versión, pero él, llevado por la incertidumbre y la desconfianza, se dejaba arrastrar por peores hipótesis :“ y si realmente estaba muerto”.
Damián que era un niño muy inteligente y aficionado a las series de detectives, le encantaba observar y hacer indagaciones:
—Y qué viste, Juanito?
—Pues las patas de un animal pequeño y sangre en la artesa.
—Y qué más.
—Ví dos manos, no, cuatro, arrastrando a mi cordero.
—Tenemos pocos elementos: una artesa, un cordero arrastrado por las patas…y sangre, mucha o poca?
—Regular.
—Tendría que analizar bien estos tres elementos, para ver si casan bien con la teoría de tus padres, que era:
—Ellos dicen que había tenido un accidente y que estaba herido.
—Si fuera eso, se podría curar y dentro de poco recuperarías a tu borreguillo, pero y si, no quiero asustarte, pero y si
—No, eso no, no puedo ni pensarlo, no podría acostumbrarme a haberlo perdido.
Hay que ser fuerte, Juanito, mejor ponerse en lo peor, por si acaso y luego te podría aliviar el hecho de que sea lo menos malo, no pasaría así si fuera al revés. Voy a pensar, nos vemos el lunes.
Ese domingo, llegó la hora de comer y su madre había preparado una comida especial, para degustar después de la sopa: carne.
—Venga, aquí tenemos el segundo plato, un buen guiso de…pollo —dijo su madre, titubeando un poco al principio y enfatizando finalmente la palabra pollo, tras mirar a su hijo.
El guiso estaba exquisito y su pequeño Juan casi se relame los dedos. Después de comerse un plátano, se fue al patio.
El lunes, se acordó de Damián, o más bien de su corderillo, así que fue a ver a su amigo por la tarde.
—Qué tal, Juanito, te lo has pasado bien el fin de semana.
—Sí, como siempre.
—He pensado en las manos que me dijiste que arrastraron al corderillo, se podía investigar, para ver si eran las del veterinario. También he pensado en la sangre, que no era ni mucha ni poca, pero queda la artesa, que hacía ahí una artesa, me pregunto.
Qué comiste este fin de semana?
—El domingo, pollo.
—Seguro?