BUCLE
Francisco Javier Caparrós González | Javier Caparrós

Max se despertó solo, rodeado de basura y en un lugar desconocido. No entendía qué había pasado y por qué se encontraba allí. Era un vertedero enorme, más amplio de lo que su vista podía alcanzar. Llevaba puesto un mono azul, que tampoco era suyo, y unas botas más grandes del tamaño de sus pies. Al levantarse y palpar su cuerpo en busca de alguna evidencia para entender la situación, notó algo puntiagudo que sobresalía de su bolsillo derecho. Lo sacó con cuidado y angustiado, ya que la hoja metálica y afilada que ahora sostenía con dos dedos, estaba completamente impregnada de lo que parecía sangre seca.
La dejó caer con bastante repulsa, y al ver cómo acababa en el suelo, descubrió un rastro de tierra revuelta mezclada con una masa pastosa y maloliente que casi le hizo vomitar. Alzó la vista y siguió ese camino con la mirada hasta saber que llegaba hasta una maleta, a medio abrir, situada a pocos metros de su ubicación. Se acercó hasta ella a pesar del intenso hedor que se incrementaba a cada paso que daba. No quería abrirla, pero sus impulsos por averiguar qué había en su interior le superaron y de un puntapié salió de dudas. El arrepentimiento le llegó en forma de arcada que no puedo controlar; y de forma automática le salieron de la boca gran cantidad de flemas y babas que salpicaron el cuerpo desmembrado que tenía frente a él.
Ante este horripilante escenario, dió un brinco hacía atrás, tropezó, se desestabilizó y acabó cayendo de culo, con tan mala suerte que gran parte de su vestuario se manchó de pringue apestosa de la que allí había. No tardó en levantarse, salir huyendo y alejarse lo antes posible de todo aquello. Pero a su pesar, no pudo desprenderse del olor a muerte que ya había penetrado profundamente en sus fosas nasales.
Siguió caminando a paso ligero por todo ese inmenso desierto de residuos, desechos y trastos rotos, mirando frecuentemente hacia atrás por si localizaba a alguna persona o averiguaba la forma de salir de allí. Pero el tiempo pasaba y por mucho que andaba, no encontraba ninguna solución que le pudiera ayudar. Llegó la noche y el frío se apoderó de su persona. Frustrado, agotado y completamente a oscuras, se tumbó, observó las estrellas en silencio durante un buen rato, hasta que le venció el sueño, se hizo un ovillo y se durmió.
Al despertar no entendía qué había pasado y por qué se encontraba allí. Era un vertedero enorme, más amplio de lo que su vista podía alcanzar. Llevaba puesto un mono azul, que tampoco era suyo, y unas botas más grandes del tamaño de sus pies…