Acudí al último turno del restaurante. Nunca, he tenido que masticar ningún caso fácil. Soy mi único aliado, con las suficientes vivencias para afirmar que, prefiero dar mi último soplo de vida, esta noche tan maldita, a que se escape el infrahumano, enfermo y miserable que me han encomendado. Dieciséis muertes en un mes. Las similitudes entre estos homicidios son escasas, restaurantes o bares y por supuesto, muertes causadas con cualquier utensilio que puedas emplear en una cocina. Los cuerpos eran hallados decapitados, en los contenedores del establecimiento y el asesino dejaba el cráneo expuesto en cualquier lugar visible, como si de una reliquia se tratase. Esperaba el momento exacto. Ofrecí mi compañía a una mujer de rostro lloroso, que se encontraba en una mesa céntrica. Forzó una sonrisa, mientras seguía una charla común ,tras sorbos de vino. Anunció que iba al tocador. La luz pronto se desvaneció. A la vuelta de la claridad, una cabeza hacia gotear sangre desde las rejas de un ventanal. Y yo, ya tenia a la culpable acorralada en el cristal con su cuello en mis manos.