Bulevar Alcanzor
Ángel Martín del Burgo | Joan Cashmir

‘-Señor Márquez, ¿y si la muerte se saliera de los sueños?
El teniente retirado Márquez dudaba en aceptar un caso en que las pistas y huellas se presentaban, a retazos, en los sueños de su cliente. Márquez escuchaba apoyado contra los muros del gabinete. Quería sentir los últimos trazos de realidad en el contacto con las piedras musgosas de aquella casa centenaria, tan demolida como sus habitantes, Villa Alcanzor.

Su propietario, Alcanzor, no paraba de relatar febrilmente el hilo de sus sueños, una y otra vez. Vivía obsesionado con ellos.
-Mis sueños son jeroglíficos. ¡Siempre lo mismo! Primero unas figuras infantiles de porcelana blanca japonesa me rodean. Bailan, me conducen a unas ruinas griegas, creo que es la Academia de Platón. Desde allí veo liebres corriendo por el mar y sardinas subiendo montañas, como en la canción infantil. Mi madre nos la cantaba. Después siempre es igual, una tropa de cazadores nos disparan a mi hija y a mí. Teniente, alguien quiere hacernos mal. Protéjanos.
-No hay ningún indicio más allá de sus sueños. ¿Cómo aventurarnos en ellos? Acabaremos todos locos.

Según hablaban les sobresaltó la aparición de un mimo apostado en la ventana, empolvado de blanco, vestido a rayas. Hacía muecas con flores en los labios.
-¡Corra! ¡En el jardín! ¡Quieren hacernos mal esta noche! ¡Un mimo! ¡Son las figuras de porcelana blanca cobrando vida fuera de los sueños!

Entonces el mimo rompió la ventana lanzando una guitarra al interior, y huyó. Márquez corrió:
-Esta guitarra está llena de explosivos. Hay que desactivarla como sea.
Un contador sonaba dentro de la guitarra. Alcanzor la tomó violentamente.
-La clave es el sueño. La canción, hay que tocarla. ¿Recuerda? Siempre es la misma, Vamos a contar mentiras, mi madre nos la cantaba.
-¡Alto! Toque solo la segunda frase de la canción, las liebres y las sardinas. No toque la primera frase, la de las mentiras, o estallará. Usted sueña con la Academia, la verdad: allí no caben mentiras.

Márquez acertó. Alcanzor tocó. El contador se detuvo. Respiraron.
En aquel momento oyeron unos chillidos del piso superior. Por la escalera de madera rodaron el mimo y, en sus brazos, la hija de Alcanzor. El mimo gritaba: «¡Lucía!»; ella chillaba. Márquez se abalanzó sobre ellos. Alcanzor tomó una escopeta de caza y disparó. El mimo cayó muerto, ensangrentado. Lucía abrazó al padre llorando. Pasaron cinco, siete minutos, en silencio. El teniente Márquez habló despacio.

-Lucía Alcanfor, queda detenida. Planeó la muerte de este hombre. Aprovechó la obsesión de su padre por sus sueños absurdos. Convenció al mimo para que asesinara a su padre, como en los sueños. Así heredarían ambos, le prometió. Pero usted sabía, Lucía, que su padre lograría desactivar la guitarra. Usted perseguía la muerte del mimo. Hizo el teatro de la escalera, eso no lo había pactado con el mimo: lo pilló desprevenido. Usted sabía que, defendiéndola, su padre sería capaz de matar a este hombre.
-Lo hice porque se atrevió a amarme, después de haberme abandonado.
-Sólo los sueños recomponen los añicos del amor, y las balas.