I. Martínez
Martínez no daba crédito. Entró en un bar de la Plaza Luna (llamada así porque solía albergar los cines Luna en los buenos -o malos- tiempos). Allí esperaban, silenciosos, sus compañeros Eugenia y Luis. Se saludaron, aunque Uge (como llamaban cariñosamente a Eugenia, iba algo “encabronada” y apenas gruñó).
-¿Qué pasa, Lola? – saludó Luis, acodado en la barra.
-Pues estoy que lo flipo. Martín, lo de siempre, café solo.
-¿Y eso?
-¿Sabes el vagabundo éste que duerme en la discoteca de Puebla, la colombiana?
-Sí, el Mati, un pieza. En tiempos era ingeniero, estaba casado, curraba en una empresa de lavadoras, de jefazo. El 2008 le “mató”, ¿no?
-Él dice que le echaron por descubrir un fallo en las lavadoras, que perdían prendas. En fin, un chalao, ¿vale? El tipo come cada día en donde La Hermandad, la Iglesia ésa bonita.
-Sí, Lola, “la Capilla Sixtina de Madrid”, aquí a la vuelta.
-Pues el hombre recorre diariamente todos los cubos de basura del barrio, escucha, es sistemático, o sea, horarios, todo, antes de los camiones… Pero claro, ¿qué busca ahí? Aún así, recorre cubo a cubo, en dos turnos… Horas…
-Ingeniero, claro, Lola. Cuadriculados. Mala suerte, el Mati. Pues, ¿qué va a coger? Lo típico.
-Pero, calla, Luis, que no coge género, ni rebusca dinero, ni cosas para vender, nada de lo habitual.
-¿Y qué coge, pues?
-Calcetines.
II. Eugenia
Eugenia y Luis son policías municipales. Pareja de día, pareja de noche. Eugenia pudo ser inspectora jefe de la Nacional en la Comisaría Luna, en los buenos -o malos- tiempos. Machismo impera. Aun así, tipos con suerte: viven en la Corredera, a dos pasos de la Plaza. En Madrid, un lujo. Allí estuvo la Comisaría General de Centro de la Nacional, y ahora, de la Municipal. Siempre fue andando al curro.
Hoy, Eugenia se ha levantado con mal pie. Nunca mejor dicho. Como policías, viven al límite. Más aún con la ola de extraños crímenes en el barrio. Y cuando uno vive al límite, estalla por las cosas más tontas.
-¿Has visto mis calcetines? Luiiiiiiis -gritó-.
-¿Los del tomate?- respondió Luis, gracioso- Solo había uno, lo tiré al cubo. ¿Qué pintamos dos polis con agujeros en los calcetines, bebé?
Uge no respondió.
Luego se bajaron al café. Pocas palabras, día malo, pensó Luis. Y tenía razón.
III. Mati
Lola entró en la Pescadería, esquina Ballesta con Corredera. Llorando. En la puerta de casa de Uge, estaban los nacionales junto a Luis, desesperado, y el Samur. Pidió una michelada, con mucha sal en los bordes, cargada.
En la barra de la derecha, estaba acodado Mati, el vagabundo. Llevaba sandalias con calcetines, y el dedo gordo salía por el tomate. Venía de la Hermandad, buen menú.
Se miraron, y Lola supo todo, de golpe.
-¿Por qué, Matías? ¿Por qué lo hiciste?
A Mati le entró un arrebato de sinceridad, emotivo y tenso. Le caía bien.
-Lo siento, niña. Supe que era ella porque los llevaba desparejados. No fue difícil entrar y desmontarle la lavadora. Y allá estaba el otro -se señaló los pies-. Igual me coges y así reivindicas a tu colega.
Y se fue.