CAMBIO DE PLANES
SALVADOR GUERRERO LÓPEZ | BORI

Que el comisario quisiese verlo no era buena señal. Nervioso, se levantó de la silla y acudió a la llamada.
El caso de un posible asesino en serie tenía a toda la comisaría en jaque. Tres muertes en el último mes y todas siguiendo el mismo patrón. El policía al mando era el sargento Beltrán, un idiota incompetente, incapaz de encontrar nada que no flotase en un vaso de vodka. Eso le daba mucha tranquilidad y un amplio margen para continuar con su plan.
El pasillo hasta el despacho de su jefe parecía hacerse más angosto a cada paso que daba, las manos le sudaban y el pulso se le había disparado. ¿Qué querría don Esteban? ¿le habrían descubierto?, estaba a un solo paso de acabar su obra y ahora, temía no poder finalizarla.
Al entrar en la sala, el estómago le dio otro vuelco, ya no se veía capaz de adivinar por donde expulsaría el bocadillo del desayuno. Junto al comisario, estaba Marina, su secretaria, con cara de funeral. Sentado en el sofá estaba Beltrán, serio y con cara de pocos amigos. Incluso el novato estaba allí, con unas fotos en la mano, petrificado y blanco cual figura de cera.
La ejecución del plan estaba siendo perfecta, o eso creía él hasta ese momento. Crear la personalidad de un psicópata había sido sencillo, llevaba mucho tiempo entre ellos. Matar a la primera chica le costó un poco más. Arrebatar la vida de una inocente por el simple hecho de parecerse a su mujer, le produjo varias noches de náuseas e insomnio. Los otros dos «trabajos» fueron más sencillos. Visualizar el castigo a su cuarta y última víctima le animaba a seguir adelante sin titubeos.
Pero ahora todo parecía venirse abajo, algún error le había llevado hasta aquel despacho y de allí saldría esposado y directo al calabozo.
—¿Qué ocurre, señor? —preguntó.
—Tenemos un cuarto cadáver. El asesino ha vuelto a actuar. El sargento y yo hemos decidido que, a partir de ahora, usted no forme parte de la investigación. —El tono de don Esteban sonaba desgarrado y lleno de dolor. Pero aquella noticia estaba incompleta. El comisario se había guardado la parte más cruel.
Su cabeza no era capaz de procesar aquello. ¿Otro cadáver? Las tres primeras muertes eran cosa suya. Aquella era su anhelada venganza y estaba muy cerca de concluirla. ¿Quién se había entrometido matando en su nombre?
—¿Qué más tiene que contarme, comisario?
—Siento tener que decírselo así, Germán. La cuarta víctima…, es su mujer. —el comisario respiró tranquilo después de soltar la dramática noticia.
Aquellas palabras le derrumbaron. La muerte de su esposa era algo que él ya tenía planeado, pero la satisfacción de matarla iba a ser suya y alguien se la había arrebatado.
Aturdido, otro inquietante pensamiento le golpeó con fuerza. Un nuevo asesino conocía su plan, se había apoderado de su obsesión y de su historia. ¿Qué intenciones podría tener aquel desconocido personaje?