Como casi cada noche, salió sin rumbo fijo a merodear por las calles de Southampton; andaba a grandes zancadas y observando la gente con la que se cruzaba, con las manos en los bolsillos del abrigo y una hattera gris cubriendo su pelo rizado.
La rutina lo llevó al Red Lion; el ambiente era el mismo de siempre, unos bebían absortos en sus mundos, otros discutían acaloradamente y algunos intentaban pactar con prostitutas el precio del servicio.
Se sentó en el único taburete libre al final de la barra, y le bastó alzar una mano para que el barman le sirviera una pinta.
Un tipo llamó su atención, celebraba lo que él llamaba, su nueva vida; afinó el oído al mismo tiempo que su cerebro le gritaba que ése era su golpe de suerte.
Esperó pacientemente que su víctima saliera a la calle, ya casi exsenta de luz y con menos gente, le siguió.
Todo habría más fácil, borracho como estaba, si no se hubiera resistido; él se lo había buscado, tanto hablar de una nueva vida y aquel maldito barco.
Se había sentido a salvo, una vez más, habia burlado al destino.
Embarcó, dejando un cadáver en las aguas del río Test con varias puñaladas.
Casualidad o no, James Brown fue elegido junto a seis de sus compañeros, para hacer aquel primer viaje en calidad de «discreto policía»; una atractiva oferta para dejar atrás el ambiente y la rutina del barrio en el que noche tras noche intentaban controlar la tumultuosa y oscura vida nocturna, así que no le resultó difícil reconocer aquel ratero que conocia de sobras.
«Un problema resuelto a tiempo» dijo mientras le encerraba, cierto que le mostró su pasaje pero… tenía ya demasiadas cuentas pendientes como para dejarle vagar libremente entre el pasaje, aunque fuera en tercera clase.
Ahora, encerrado por aquel «yard» que viajaba de incógnito y con el que ya había tenido algún encontronazo tiempo no muy atrás, dudaba de su buena estrella; cuando llegaran a Nueva York, daría con sus huesos en alguna prisión hasta que lo llevara de regreso y la justicia británica le juzgara.
Y si ataban cabos, ya no sólo seria un ratero al que poner un tiempo a la sombra durante una temporada, sería un asesino al que esperaría una sentencia de muerte.
Antes de la media noche, un estruendo terrible hizo temblar al Titanic; desde su encierro, podia oir gritos y carreras a medida que pasaban los minutos.
Pánico y tiempo avanzaban a la vez, a toda velocidad.
Gritaba y golpeaba la puerta sin descanso, pero era inútil, si su captor no acudía a liberarle, su vida acabaría esa negra noche, y con ella, su buena estrella; el destino parecia haber dictado sentencia.