—¿Me estás diciendo que los únicos asesinados han sido las mascotas? ¿El perro y los gatos? ¡Envenenados de forma paulatina con agua de cicuta!
—Así es, señor. En los bebederos hallamos restos. Porque molestaban al vecino del pareado de al lado. Múltiples denuncias.
—¿Y que el hombre y la mujer han muerto de accidentes domésticos?
—Sí, comisario.
—El hombre, de setenta y cuatro años, muere al golpearle la cabeza la tapa del canapé. Hallado en su habitación en el piso de arriba. La mujer, de setenta y dos, muere ahogada en su propia sangre con el tabique nasal fracturado fruto de un fuerte golpe producido por el desplome de una balda de la cocina llena de cacharros.
— Creemos que ninguno ha sido consciente de las muertes de los otros.
—Las autopsias revelan que todos han fallecido dentro de una franja de ocho horas.
—Entra ella y él, pasaron apenas dos.
—No hay puertas ni ventanas forzadas. No falta nada, con lo cual se descarta el robo. Ningún cadáver presenta signos de violencia. Nadie ha oído ni visto nada…
Esto último ya no lo lee. Lo dice mientras cierra la carpeta, se quita las gafas con la mano derecha y dirige la mirada hacia mí.
—Y aun así, quieres pedir una orden judicial para registrar la casa del vecino en busca de pruebas y acusarlo de la muerte de las mascotas —asiento con la cabeza—. ¿Es aburrida tu vida?
Salgo del despacho sin contestar a su pregunta.
En mi trabajo solo hay una cosa más deleznable que responder en un juicio a las preguntas de la defensa: presentar un informe cogido con pinzas a tus superiores. Y tratar de convencerlos, claro. Si además, las pruebas no son irrefutables, a ver cómo se tragan eso. Es algo parecido a equivocarte y ponerle sal al café en lugar de azúcar ¡¡Bébetelo tú!!
Mi vida lleva muchos años siendo un poema pentasílabo lleno de versos que no riman. Un desastre, hablando en plata. Mal en lo personal y regular en lo profesional. Tengo asumido que conmigo es difícil rimar. Tras el fracaso matrimonial, huida a la embajada española de Santiago de Chile donde encontré durante un tiempo algo de calma interior. Dos años y vuelta a la gran capital, a una ciudad que ya era una cloaca cuando me fui. Concurso y me voy a una de provincias buscando tranquilidad. En lo personal, viviendo sola, hastiada y con una cita en el horizonte para operarme de dos miomas en el útero. En lo profesional, inmersa en un caso incatalogable del que voy a salir yo catalogada. Escapando del trueno me meto con el rayo. ¿Y este era el lugar donde nunca pasaba nada?