Me licenciaron por loco. Nadie me creyó entonces. Sin dejar de investigar ni un solo día en mi causa perdida, poseo todas las pruebas que no arrojarán sombra alguna al hecho de que Franco no murió de viejo, al Generalísimo, lo asesinaron.
No se hubieran tomado la molestia de jubilarme del Cuerpo Nacional de Policía con el 200% sin una culpa subyacente. En aquella época convulsa, toqué las teclas de una melodía inapropiada.
Todo empezó tras escuchar entre bambalinas de la cola de un panadería, una conversación que mantenían dos marujas. Por lo visto, una tal Carmencita, una modistilla que trabajaba en el taller de don Pascual, había sido la elegida para confeccionar los pantalones del Caudillo con las nuevas máquinas de coser de la marca Alfa. Las Singer, eran yankees y el General se tomó muy en serio aquello de españolizar todo lo que saliera de los talleres de costura con la mano de obra especializada más barata de Europa. Sustituyeron las máquinas americanas por las nuestras y el Caudillo quiso dar ejemplo de excelencia luciendo y mostrando al mundo entero, los primeros pantalones confeccionados por costureras españolas y maquinaria patria. Al parecer, Carmencita ocultaba un pasado republicano, se había librado de la purga no se sabe muy bien cómo, pero esperaba agazapada su oportunidad para vengar la muerte de los familiares y amigos que no esquivaron la guadaña del franquismo. Con aquel encargo, consumó su venganza.
Tomó las medidas a Don Francisco, confeccionó los pantalones y el Generalísimo quedó encantado. Hasta aquí, todo normal, pero nadie se dio cuenta del fatal detalle: todos los pantalones que desde niño vistió el General (un centenar de imágenes de archivo lo atestiguan) cargaban a la derecha, como Dios manda y en los pantalones de Carmencita, la carga iba a conciencia, bien pespuntada a la izquierda. Diréis que este hecho carece de importancia, no es así. El Caudillo no se quitaba los malditos pantalones, de hecho, exigió que Carmencita le confeccionase siete pantalones más, todos ellos con el mismo flagrante defecto y así, tras un lustro llevándolos puestos, Franco, comenzó a actuar de forma errática, tomó decisiones de estado demasiado progresistas, enfermó y acabó con sus huesos enterrados en el Valle de los Caídos con sus pantalones preferidos formando parte de su mortaja.
Los más allegados afearon las decisiones de sus últimos años con una pátina de demencia, nada más incierto, unos pantalones confeccionados por las manos de una asesina, acabaron con nuestro General, lo trastornaron, lo confundieron, lo convirtieron en un hombre sin ideales, a la deriva y sin ganas de vivir.
El Caudillo va a ser exhumado, hoy por fin, estoy en disposición de probarlo.