La primera vez que nos conocimos ya sabía que eras un asesino, mi asesino. Lo que aún no sabía es cómo ibas a acabar conmigo. En mi cabeza imaginaba un algoritmo de posibilidades que me conducían irremediablemente al borde de la laguna Estigia. Entre ellas estaba la tortura, destrozarme lenta y agónicamente, devorar literalmente mis órganos funcionales como un animal de carroña ¿Cuántas veces lo has hecho antes? Sé que millones, tantos, que no entiendo cómo en la definición de asesino en serie no aparece tu nombre. Lo peor de esa tortura es hacerme creer que no me vas a matar, que me queda el tiempo suficiente para volver a tocar a los míos, para leer esa lista infinita de libros pendientes de escribir, para escuchar la música inabarcable que es la risa del mundo y mientras pienso en qué haría con ese tiempo me doy cuenta de que he caído en tu trampa, no va a haber ese tiempo, no me lo has robado, te lo he regalado de la forma más estúpida posible, imaginándolo.
Otra posibilidad es que me ejecutes de forma rápida, violenta y dolorosa como en esas series que mis amigos me recomendaron ver en las que se disputan el trono de un reino y te cortan la cabeza por traidora. Quizá un poco traidora soy, pero llamarías mucho la atención si aparezco con un águila de sangre entre mis escápulas. Prometí ver esas series, nunca les hice caso y ahora ya no tendré ¿tiempo?
Nunca fui demasiado valiente pero cuando llega el momento de serlo una lo sabe. El momento es ahora: voy a morir matando.
Creías que tu fortaleza estaba en mi fragilidad y en mi vulnerabilidad y que me iba a enfrentar a ti a pecho descubierto, sola, sin armadura, pero hay tantas personas intentando liquidarte como víctimas tuyas. Los que te van a dar caza llevan años preparándose para esto, estudiando cada paso que das, cada ruta por la que te escabulles, de qué te alimentas, cómo invades a tus víctimas, cómo evades y sorteas sus sublimes y sofisticados mecanismos para aniquilarte. Cada día buscan un arma nueva que acabe contigo y de paso conmigo porque cuando llegue la hora de mi muerte indudablemente será el minuto de la tuya.
Muchos saben cómo te llamas pero no se atreven a nombrarte, les pasa como a algún villano de saga de libros infantiles y buscan estúpidos pseudónimos como si fueran un escudo que los protegiera de ti. Pero yo les voy a dejar aquí tu nombre porque cuanto más te lean menos miedo te tendrán. También les voy a presentar a la persona que investiga mi caso (y otros donde estás involucrado). Curiosamente su título rima con inspectora, viste de blanco, no esconde su arma, la lleva siempre enganchada al cuello, podía haber escogido otro camino pero eligió perseguirte por la oscura senda donde pocos transitan. Ella, mi doctora. Tú el cáncer.
Lo he decidido: voy a morir matando.