CASI
Jaime González Miguel | Jaime González

‘-Es aquí. – Pensé para mi mientras observaba la nota que acababa de sacar de la chaqueta. Abrí la puerta del coche y, cogiendo el sombrero que había dejado en el asiento del copiloto, me dispuse a salir en dirección a esa casa abandonada que estaba delante de mí. Era casi de madrugada y la calle estaba iluminada por las pocas farolas que quedaban en pie sin que hubiera ni un alma merodeando por la zona. Al acercarme vi que la puerta estaba entreabierta. Era una antigua puerta de madera y se veía un poco agrietada.
Dentro de la casa solo se escuchaba como el aire golpeaba las ventanas y el suelo chirriaba con cada paso que daba. Encontré un interruptor, pero tal y como imagine, al presionarlo la entrada no sé ilumino. Lo poco que se veía en esa casa era debido a los rayos de la luna que se colaban a través de la ventana, una luz tenue que me imposibilitaba apreciar donde estaba poniendo los pies. Lancé un suspiro recordando que tenia una linterna en el bolsillo de la gabardina y la encendí. Al enfocar a las ventanas vi que estaban rotas, quizás de alguien se que dedico a tirar piedras o simplemente por la fuerza del aire con la que trataba de cerrarlas. Apunte al techo y se apreciaba moho en las paredes y alguna gotera, daba la sensación de que en cualquier momento esa casa se iba a venir abajo. Al no ver nada en la planta baja subí las escaleras. Fui adentrándome en la segunda planta con cuidado ya que algunos de esos escalones estaban rotos y otros simplemente tenían sus clavos apuntando hacia mis pies. No quise apoyar mi mano en la barandilla por el miedo a que se resquebrajara así que subí despacio pero con paso firme.
– ¿En serio esta es la dirección? – Volví a pensar para mí. Me costaba bastante creer que ese lunático fuera a venir a este lugar. Mientras inspeccionaba la parte de arriba, en una de las habitaciones atine a ver lo que parecía ser una persona sentada en el suelo. Al apuntar mi linterna hacia su cara lo vi allí, tirado y con los ojos en blanco cubierto de sangre, la cual llegaba hasta la entrada de la habitación. Tenia la boca abierta como si hubiera estado pidiendo ayuda a alguien mientras se desangraba sabiendo que nadie iba a escucharle. Ya no podía hacer nada por él, estaba muerto. Estaba contemplando el cuerpo, embobado, cuando escuche el motor de un coche arrancar, me acerque a la ventana y ahí vi como se alejaba lentamente. Me lleve las manos a los bolsillos y saque un cigarrillo de la pitillera. Lo encendí y mientras le daba una calada observando las luces parpadeantes de las farolas dije en voz alta – He vuelto a llegar tarde, pero la próxima vez te atrapare.