CASO BORDADO
MARÍA EUGENIA JAMKOSIÁN MACHADO | MBORAYHU

Clarissa Dalloway siempre ha sido uno de los máximos exponentes de la vida intensa y suntuosa de lo banal. Mujer de grandes aspiraciones, ofrece una fiesta para la aristocracia local. Sin embargo, hermosas jóvenes plebeyas, como las hermanas Elinor, Marianne y Margaret Dashwood, son bienvenidas. Según Clarissa, para recrear la vista de los asistentes masculinos; según la Srta. Austen, para desafiar las normas sociales.
La música envuelve la sofisticada velada en un salón soberbio, ataviado con exuberantes candelabros colgantes y unas señoriales escaleras a la izquierda de la sala. Una tímida Mary Bennet, camuflada detrás de unas gafas pequeñitas, ameniza la noche con unos suaves acordes al piano. Algunos invitados se preguntan quién es; otros, murmurando y lanzando carcajadas despectivas, simulan no saberlo.
De repente, se oye un estruendo: el cuerpo de un joven cae desde la planta superior. Los comensales emiten un “ohhhhh” colectivo, formando un corro a su alrededor. Unos indiferentes, la mayoría boquiabiertos.
La anfitriona, horrorizada, acude a su amigo, el Sr. Doyle, pidiéndole su mejor detective. Así, un tal Holmes es enviado al sitio en cuestión en un lujoso carruaje, cuya opulencia es directamente proporcional a la vanidad del pasajero.
Luego de las presentaciones pertinentes, el investigador procede a examinar la escena. La enjuta montaña de casi metro noventa de altura analiza cada indicio con la agudeza que lo caracteriza. Pronto descubre las iniciales «HP» en la chaqueta de la víctima. En el bolsillo interior encuentra una varita mágica y un par de gafas redonditas al lado del cuerpo. No detecta ningún signo aparente de violencia, pero sí uno oculto: un pinchazo, como el de una aguja, en la axila del fallecido. “Mi lupa nunca falla”, pensó. El cadáver empieza a cambiar de color y es entonces cuando comprende que la víctima ha sido envenenada.
El agente acomoda su pipa estilo Calabash, levanta la vista y, con mirada escrutadora, observa a todos los asistentes. Se detiene ante una tímida invitada. Le pregunta su nombre; ella masculla «Sira».
Sí, esa Sira. La ex colaboradora de los servicios secretos británicos y quien, sin previo aviso ni, mucho menos, misericordia, había sido sustituida por un nuevo espía con unas habilidades especiales, un tal Harry Potter.
El detective acomoda su gorra Deerstalker, sonríe y concluye: «Se conoce que la venganza es mala consejera, y las costureras no dan puntada sin hilo…»