Caso Cerrado
Marta Alonso Canovas | Martukiac

Había algo que no encajaba. Llevaba demasiados años en el oficio como para aceptar la versión más evidente. Pero también llevaba demasiado tiempo en el oficio como para que sus compañeros lo consideraran un viejo trasnochado. Aún así no dudó en expresar su disconformidad con la resolución del caso. Aquello no era un simple atraco. Un drogadicto con prisas por hacer una faena rápida y limpia no perdería el tiempo en desconectar la alarma y las cámaras. La recaudación de una pequeña farmacia de barrio no era suficiente botín para tomarse tantas molestias. Ni siquiera había robado drogas o medicamentos que le pudiera servir para paliar un posible “mono”. ¿Y disparar a bocajarro al farmacéutico que no había ofrecido resistencia? Carlos no dejaba de pensar que algo se le escapaba.
“Carlos, ¿ya estamos como siempre?” le espetó con malos modos su superior, el comisario Esteban. “Esto es un claro atraco a mano armada perpetrado por un desgraciado que posiblemente aparezca cualquier día de estos muerto por sobredosis en una cuneta de Las Barranquillas. Tienes la declaración de la pobre viuda que tuvo que ver como mataban a su marido por un puñado de euros … Por favor, Carlos. Déjalo estar. Tengo demasiados casos abiertos como para malgastar un segundo más. ¡Caso cerrado Carlos!” sentenció el comisario mientras cerraba al puerta de su despacho con un portazo que retumbó por toda la comisaría. “Seguro que tienes expedientes que archivar” gritó mientras se alejaba, con un tono despectivo que usaba tan a menudo con Carlos que, a éste, ya no le afectaba.
Carlos una vez más, y ya iban demasiadas, se resignó a aceptar las palabras del comisario Esteban. Se convenció a si mismo que, al fin y al cabo, el comisario era un hombre mucho más joven, con estudios superiores, formado en la academia en las técnicas de investigación más avanzadas y él solo era un perro viejo que se fiaba demasiado de su olfato, posiblemente tan viejo y decrépito como él. “Debería hacer caso a mi familia y jubilarme de una jodida vez” murmuró mientras sacaba de la maquina el enésimo café de la jornada.
Mientras, Alicia volvía a casa tras el entierro de su marido. Habían sido unos días agotadores: el atraco, la muerte de su marido, el velatorio, el entierro…. Ahora se tendría que enfrentar a recoger las cosas del difunto, el papeleo de bancos, notarios y la soledad de esa casa tan grande que nunca le gustó. Solo le consolaba pensar que, en unos días, cuando la Policía cerrara el caso del atraco, Miguel y ella podrían, por fin, disfrutar de su amor. Jamás sospecharían que el joven y brillante abogado que ejercía en un despacho frente de la farmacia de Alicia y que llevaba mas de una semana aislado en su casa por Covid, fuera capaz de deshacerse del “pequeño problema” que era su marido. “Farmacéutico asesinado por un drogadicto durante un atraco” sentenciaron los periódicos locales. ¡Caso cerrado!