Me encaminaba nervioso al despacho, era mi día libre pero me requerían con urgencia. Cuando llegué observé el escenario de vandalismo acaecido el día anterior, alguien había destrozado la oficina de policía ¿cómo era posible? ¿Qué estarían buscando en una oficina que solo contenía papeles? En cuanto entré requirieron de mis servicios. Cada inspector o policía debía ir reagrupando los informes y expedientes de sus propios casos, puesto que eran quienes mejor los conocían. Así fue cómo llegó a mí un documento sobre el secuestro de un menor, nadie recordaba el caso, nadie le daba importancia ¡quién sabe qué ocurrió! – me decían todos.
Mi conciencia no estaba tranquila, necesitaba saber qué había sido de ese niño y comencé a investigar. No había mucha información pero sí algunos nombres y una dirección. Era un buen punto de partida.
Llegué al domicilio, una pareja de ancianos me ofreció un café mientras me contaban la trágica historia de su hijo desaparecido y cómo nunca llegaron a saber de él. Me dieron tanta información como pudieron recordar sobre lo acontecido hacía ya treinta años. Recordarlo fue duro pero aún lo era más renovar la esperanza de encontrarlo.
El niño llamado José fue a hacerse unas curas al centro de salud, después fue al baño pero nadie lo vio entrar en él y tampoco salir. ¿Cómo podía ser? Ante la atenta mirada de su madre que poco pudo hacer ante una sombra que se escapó de su visión.
Investigué sobre los trabajadores de ese día y los pacientes que asistieron; solicité los vídeos de las cámaras – custodiados en comisaría – y aún así…nada. Debía tener una pista ante mí pero no lo veía. Este caso se estaba convirtiendo en algo personal, necesitaba saber qué había ocurrido; para bien o para mal su familia podría descansar.
¡Lo encontré! Apenas se veía, tras una pared un niño pequeño, su pelo y un anillo en la mano de la mujer que lo llevaba; vestía con bata blanca pero ningún compañero la reconoció como empleada por lo tanto… ¡Bingo! ¡Debían de ser ellos! Revisé cada imagen cada vídeo y aunque solo eran unas sombras pude seguir el vehículo a través de algunas manzanas.
Ahí estaban, se veía perfectamente, sabía quienes eran y a dónde se dirigían, sabía lo que les pasaría después, tenía la respuesta que tanto tiempo había estado oculta. Pero era necesario demostrarlo, era necesario presentar pruebas y me encaminé a ello.
Toqué el timbre y aquellos ancianos abrieron la puerta sabiendo que tenía la respuesta y el miedo se dibujó en sus caras. Les presenté un certificado de ADN, prueba irrefutable de que “yo” era su hijo perdido. Yo tampoco podía creerlo, no recordaba nada; cambié de ciudad, de familia, comencé una nueva vida con quien se suponía que era mi madre. Falleció hace unos años y no tenía más familia, por lo tanto, los motivos de mi secuestro seguirán siendo un misterio. Al menos, ahora tendría una oportunidad para conocer a mi verdadera familia.