CASO RESUELTO
Jose María Gómez Salamanca | Chema Gómez

El tiempo corría y Germán no era capaz de resolver el misterio. Miraba conti-nuamente su reloj en busca de respuestas. Junto a sus dos grandes compañe-ros, Óscar y Nicolás, buscaban pistas sin descanso. Todo cambió cuando Veró-nica, a la que sólo conocía de vista, le pidió que se reunieran a solas. Se separaron del gentío y Germán la tranquilizó.
–Cuéntame lo que sepas –dijo en un tono cariñoso.
–Fue Nicolás quién lo robó. Lo vi con mis propios ojos.
–¿Estás segura de lo que estás diciendo? –preguntó extrañado Germán.
–No gano nada mintiendo. Lo tiene en su bolsillo izquierdo. Compruébalo y verás que no te engaño.
–Parece demasiado fácil. Lo comprobaré. Gracias, Vero. Sé que eres alguien en quién puedo confiar.
–Algún día, yo te pediré un favor.
–Y te ayudaré. Cuenta con ello.
Germán volvió con sus compañeros. Tras preguntar qué le había contado la chica, señaló una esquina para que le siguieran.
–No puedo hablar muy alto. –Germán indicó que se acercaran un poco–. He hablado con Verónica y me ha dicho que ha visto quién lo ha robado.
De forma inconsciente, sus ojos se desviaron hacia Nicolás. Pese a que estaba muy atento, no atisbó ningún comportamiento nervioso.
–Nicolás, es tu hermana.
–¿Qué? –Miró incrédulo a sus compañeros–. No puede ser. Te aseguro que ella es inocente.
–Es tu palabra contra la suya. Tendremos que investigarlo.
–¿Crees, de verdad, que ha podido hacer algo así?
–El corazón me dice una cosa y la cabeza otra. Si de mí dependiera, creería en su inocencia sin pensarlo. Pero me han confirmado que hay pruebas.
–Déjame hablar con ella. –Nicolás la buscó con la mirada–. Intentaré arreglarlo.
–Tienes hasta esta tarde. Nos reuniremos en la puerta. Si tiene algo que con-tarnos, dila que venga.
–Gracias, Germán.
Nicolás se separó en busca de su hermana. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se acercó a Óscar.
–Ayúdame.
–¿Qué tengo que hacer?
–Sujetarlo. Fíate de mí.
A un ritmo suave, se colocaron detrás de Nicolás sin que éste los viera. Óscar se abalanzó sobre él y le agarró por la espalda inutilizándole los brazos. Germán se puso frente a él y lo observó.
–¿Qué pasa, Germán? –preguntó nervioso Nicolás.
–Lo siento. –Metió la mano en su bolsillo izquierdo y sacó el paquete–. No has tenido el valor de confesar. Ni siquiera tras inculpar a tu hermana.
–No digas nada, por favor. –Nicolás comenzó a llorar–. Lo siento.
–A mí, no me tienes que pedir perdón. Veré si se lo cuento a alguien o no. Vámonos, Óscar.
Tras caminar cinco minutos, Germán respiraba tranquilo sabiendo que había resuelto otro caso. Cuando miraba al cielo feliz de su nuevo logro, sonó la campana. Miró el reloj y vio que era hora de regresar a clase. Fue, sin duda, un recreo productivo.