CASO ZERO
Rocío Ramos Meseguer | Rocky Chihuahua

Llevaba dos días encerrada en mi habitación con el corazón hecho trizas porque Belén y yo lo habíamos dejado. Compartíamos una casita preciosa en el campo, desde la última discusión enérgica hacía un par de días no había vuelto a aparecer.Tampoco contestaba a mis mensajes. Yo sobrevivía a base de refresco de cola sin azúcar desde hacía un tiempo porque la tristeza del final me cerraba el estómago. Al ir a por otro bote a la nevera, me di cuenta de que me había pulido un pack de 24 latas en 48 horas.
Era un gran esfuerzo salir de casa, pero necesitaba ese veneno refrescante, así que agarré una camiseta más o menos limpia y los únicos pantalones decentes que me quedaban. Además, eran vaqueros y me asfixiaban por los 45 grados que hacían en el exterior ese mediodía. Agarré las llaves del coche y salí a la entrada de la parcela gigantesca de la casa cuando descubrí que el coche de Belén estaba ahí. Una sensación extraña recorrió desde mis muslos hasta la nuca, me acerqué a su auto y al asomarme a través de la ventanilla la vi desfallecida ocupando los dos asientos delanteros. El cinturón puesto sostenía su desplome. El cierre no estaba echado y accedí por la puerta del copiloto comprobando que en su cabeza tenía un golpe que le había dejado en su sien un corte curvo y profundo, como una sonrisa. No le encontré pulso y al tocar su piel debía estar a una temperatura superior a 60 grados. Había un hedor a excremento el cual me hizo estar completamente segura de que estaba muerta.
En estado de shock marqué el 112 pidiendo ayuda. Dijeron que llegarían lo antes posible.
Aun sin creerme lo que veía, mi cabeza racional buscaba una explicación. Las llaves estaban puestas preparadas para arrancar, su riñonera peruana cerrada medio colgando del asiento bajo su cuerpo y la luna del coche tenía por dentro una capa viscosa color beige semitransparente. También había una pequeña grieta en el cristal de la ventanilla delantera-izquierda.
¿Quién había hecho esto? ¿Por qué hacerle algo así? ¿Por qué a mi no?
No me di cuenta de cómo el sol pegaba en mi cabeza hasta que me desmayé y desperté de nuevo. Fuí a la nevera como pude a por un refresco para espabilarme cuando caí en la cuenta que por esa razón había salido. Ahí lo descubrí: ¡Yo era la asesina!
Volví corriendo a su coche, busqué por todos lados. Accedí a los asientos traseros para continuar y allí, sobre la bandeja del maletero, observé una lata hinchada y vacía de refresco sin azúcar manchada de sangre. La olvidé, sin abrir, dentro de su coche días antes de la discusión. La temperatura muy alta del vehículo aumentando el poder del gas y que Belén quizá la movió, fueron los detonantes que convirtieron aquella lata en un proyectil rebotador letal.

Llegaron la policía y los curiosos. Nadie me ofreció una tila.