Cenizas
Paula Espinosa Suárez | Pauespi

Había llovido toda la mañana. El reloj se paró en las 14.00 horas y dejó de parpadear. Algo raro parec ía estar presagiando, porque María su secretaria, le había cambiado las pilas, justo el día anterior.El teniente vino a preguntarme si había salido a comer, cuando recibí su llamada telefónica. No era costumbre, estar a esas horas en la oficina, por eso me resultó extraño.
Salí a toda prisa y rompí la chaqueta, al engancharla en el manubrio de la puerta. Era mi chaqueta favorita y la única que abrochaba completamente desde que había engordado aquellos tres quilos, que me resultaban imposibles de perder de vista.
Llegué cuando ya se hacía de noche, en aquel pueblo del extrarradio. La casa de ella destacaba entre las demás por su color rosado y esa arquitectura indiana tan característica entre los emigrantes mexicanos, que habían regresado a su patria, tras duros años de trabajo y ahorro, ahora invertido en Galicia.
Ella me esperaba en la entrada, fumaba un cigarro del que ya apenas quedaba qué aspirar; no levantó la cabeza hasta que estuve muy cerca y escuchaba mi respiración, galopando hasta allí, fugitiva pero suave.
Le cogí la mano y en ese momento, su hermano salió por la puerta principal, empuñando un arma que brillaba en la noche, reflejando el haz de luz de la farola que teníamos allí cerca. ?Por qué no me lo había dicho?? Por qué me había ocultado aquel detalle? Su hermano seguía allí y estaba armado, yo no podría detenerlo…Allí solo quedaban las cenizas de las cartas que Sara había quemado, en el momento exacto en que su hermano entraba en la casa que compartieron, siendo niños. Ahora no quedarían pruebas de su relación prohibida, nadie lo sabría jamás. Entonces, el hermano tropezó al bajar el peldaño que le fataba para llegar al camino de entrada y el revólvee se disparó. La bala salió como un suspiro y le atravesó la cabeza a su amada hermana. Ella ya no sería de él pero tampoco suya. Nada volvería a ser como antes de saber, que la relación con el policía era tan importante, como para ocultarle que nunca le perdonaría su falta, haberla abandonado, no podía olvidarlo.
Entonces paró de llover y la luz de la farola se esfumó como el humo del cigarro de Sara que yacía allí sin vida.