COMO DECÍAMOS AYER
ALBERTO MURIEL PINA | MALEFIKINT

—¿A qué hora despertó?
—Dos de la madrugada.
—¿Alguien más ha venido a verle?
—No. Sólo usted, subinspector.
—¿Quién más sabe que ha despertado?
—Nadie. Su hermana aún no ha sido informada.
—Gracias, Lucía. Me gustaría hablar con él, si es posible.
—No hay problema, pero tenga en cuenta que habla a un ritmo lento, con muchas pausas, debido a su disartria.
Carlos entró en la unidad de cuidados intensivos ataviado con un traje de tela estéril que le habían proporcionado en la antesala de la UCI. Al oficial Mateos le cubría una sábana que le llegaba hasta los hombros. Por debajo salían decenas de cables que conectaban con varios monitores instalados a ambos lados de la cama. Según se iba aproximando podía percibir su aseado rostro; esa impresión le daba al ver su pelo canoso bien peinado, y su cara limpia y afeitada. Se acercó a él por su flanco derecho, hacia donde tenía ligeramente ladeada la cabeza.
—Buenos días, oficial.
—¿Sabe? Entre las persianas bajadas y los fluorescentes… uno no sabe si es de día o de noche —masculló Mateos.
—¿Cómo se encuentra?
—No me duele nada… No sé si es… bueno o malo.
—Me alegro… Eh… Quisiera hacerle unas preguntas sobre el tiroteo en el que se vieron involucrados usted y el inspector Alindado.
—Pensaba que era sanitario. Aquí… todos van de verde como usted. ¿Cómo se encuentra… mí jefe?
—No corrió la misma suerte que usted; murió… cosido a balazos. Por eso me gustaría saber qué pasó en esa nave. ¿Qué estaban investigando que hiciera llevarles hasta allí?
—¡Dios mío! ¡Alindado muerto! —exclamó cerrando los ojos. ¿Es usted de… Asuntos Internos?
—Sí, así es —respondió el subinspector tirándose un farol.
—A ver… —suspiró Mateos tras la noticia que acababa de recibir—. Estamos investigando la implicación del comisario Garay… y el subcomisario Sáez… en una red de narcotráfico. Fuimos allí por un chivatazo.
—¿Quizá les prepararon una emboscada?
—No… les pillamos… por sorpresa. Estaban Garay y Sáez entre otras personas. Algunos eran compañeros de comisaria. El resto… supongo que… los narcos propiamente dichos. Alindado y yo… les apuntamos con nuestras pistolas y les dijimos… que tiraran las armas que tuvieran encima. No podíamos imaginar que abrieran fuego… contra nosotros. ¡Joder, eran nuestros superiores!
—Les descubristeis y os quisieron quitar de en medio. Así de simple. Usted recibió varios disparos que le dejaron inconsciente. Debieron pensar que también había muerto. Eso le salvó la vida —le explicó el subinspector visiblemente apenado.
—Por cierto… ¿Cómo se encuentra… la mujer de Alindado? Está embarazada… de ocho meses, creo recordar. Ha tenido que ser una noticia muy dura para ella.
—Murió hace cinco años.
—¿Cómo dice? No puede ser… Creo que se está equivocando… de persona.
—Oficial… Anoche usted despertó después de veintinueve años en coma. Sé que va a ser tremendamente difícil de asimilar, más aún cuando usted salga a la calle. Pero no se preocupe, Garay y Sáez aún viven para pagar por ello.
—¿Cómo se llama… y que edad tiene, subinspector? —preguntó Mateos después de unos segundos mirándole hitamente a la cara y visiblemente emocionado.
—Carlos. Carlos Alindado. Y tengo veintinueve años.