Cómo escribir un relato policiaco
Txomin Requeta Jerez | Carlos Diwe

Todo el mundo sabe que hay que empezar por el final, que primero hay que tener bien montado el asesinato y luego ir así como marcha atrás, desperdigando las pruebas de a poquitos, los despistes, los caminos sin salida por los que investigadores habrán de perderse. Pero el escritor es consciente de que sin crimen no se va a ningún sitio, y por eso baja al barrio de noche y se entrega a los adjetivos líricos, a las subordinadas. La tranquila noche que se extendía calle abajo estaba desierta cuando mató. Ésa le ha quedado muy bien, lástima que se haya dejado la libreta en el apartamento y no sea un bolígrafo lo que ocupa su mano. La víctima ha de ser cualquiera, aunque hay que renegar de los niños si queremos evitarle a la madre del asesino visitas de psicólogos interrogadores que además de no llegar a nada ocuparían capítulos innecesarios. Aparte de eso, cualquiera. El escritor piensa en una niebla oportunísima, que apenas le permita a la víctima distinguir la punta del cuchillo hasta que roce su garganta. Así se va definiendo el argumento, perfectamente mientras de vuelta al edificio la susodicha evoluciona del miedo a la imploración y luego otra vez al miedo en pequeños diálogos con lágrimas intercaladas, y por último entrará en el apartamento y verá que su asesino es un tipo ordenado, sobrio en la decoración, que lee a Poe y a Hammett con avidez y que tenía su muerte preparada días atrás porque esa máquina de tortura está cubierta de una película de polvo. Todo parece tan claro ahora que el escritor lamenta no haberse atrevido antes, sin duda tendría ya la mitad de la historia escrita y la mujer bajita y el detective alcohólico estarían a punto de adentrarse en el segundo tiroteo en cuatro días contra el asesino todavía escurridizo y que matará a alguno de los dos. Porque sí, lo que más le gusta al escritor son las escenas de acción con sorpresa final. Y para que el asesino resulte verosímil hace falta justo eso, que le asalte una sorpresa mientras divaga, que la víctima se haya desatado milagrosamente y se le eche encima a puros arañazos. La pelea la gana el asesino, claro, pero entonces se da cuenta de que todo le ha salido al revés, de que un charco de sangre cubriendo el salón no es ni mucho menos el crimen perfecto y sí es, en cambio, un punto de partida buenísimo para que el escritor vaya sembrando sus ansiadas evidencias.

Cuando por fin le ha llegado la inspiración, el escritor camina hacia el despacho. La idea es excelente, aunque aún quedan cosas por añadir. Como, por ejemplo, un giro de cierre, en párrafo aparte. Justo antes de ponerse a escribir, piensa en que quizás debería cambiar la alfombra.