¿CÓMO SE AHOGÓ HUMBERTO CITADINI?
Alegría Corina Hernández Wallinger | Patricia

A las siete de la mañana recibimos una llamada, aún no habían llegado los compañeros que viven fuera del cuartel. Solo estábamos el sargento y yo, recién salido de la academia, con el rango de teniente.
La llamada comunicaba el hallazgo de un hombre que presumiblemente se había ahogado en una cuneta a las afueras del pueblo. Y hacia allí nos encaminamos.
Al llegar encontramos un hombre tumbado boca abajo en un charco de unos diez centímetros de agua y barro, vestido con una camisa blanca, alpargatas, y un pantalón gris con un cinturón de cuero sujetando un cuchillo.
Al girarlo boca arriba el sargento lo reconoció como Humberto Citadini, un vecino del pueblo que trabajaba como temporero en las cosechas y que, al término de la semana, solía emborracharse hasta quedarse dormido en el bar. No era pendenciero ni violento; siempre llevaba un cuchillo de mango de plata y hoja afilada, que utilizaba para comer cuando estaba en el campo.
¿Cómo había ido a parar tan lejos de su casa?.
El sargento me contó la historia del hombre: vivía solo desde que los hermanos se habían casado y abandonaron el pueblo, todos de acuerdo en que la casa familiar quedara en manos de Humberto.
Este vivía, como suele decirse, al día. Trabajaba mientras duraban las cosechas y luego el resto del año lo dedicaba a visitar los bares del pueblo.
Un día sus hermanos le aconsejaron que se ocupara de la propiedad, esto es pagar impuestos y servicios; lo que no había hecho en muchos años.
Fue entonces cuando decidió contratar a un abogado. Al mismo tiempo dejó de beber.
El abogado no era del pueblo, pero vería la oportunidad de enredar a su cliente; un hombre mayor y con un pasado de alcoholismo, era fácil presa: poniéndole todo muy complicado y exigiendo lun poder total y la entrega de la escritura de la casa.
Al enterarse sus hermanos, le aconsejaron que no lo haga y que recupere la escritura.
Hasta aquí el relato del sargento.
Lo que sigue, lo fuimos descubriendo con la investigación en curso.

Humberto Citadini ya no bebía, no era pendenciero, pero se puso firme con el abogado y lo amenazó con ir a la policía si no le entregaba la escritura de la propiedad. Éste lo citó para el día siguiente en las afueras del pueblo, a las 20 horas.
Eran las 20:20 cuando llegó, andando un poco a tientas porque había empezado a oscurecer, al encuentro con el abogado.
Confiando en que éste no tardaría en aparecer, trató de mirar su reloj y, de repente, sintió cómo algo le cortaba la respiración; intentó quitarse una soga que le rodeaba el cuello y apretaba la garganta. Quiso gritar pero no pudo, se dio la vuelta para ver al abogado, pero solo vio las caras de dos desconocidos que había visto en el pueblo esa tarde hablando con él.
No alcanzó a coger su cuchillo…