Carla —susurró Julia—, llevamos horas corriendo, es imposible que le alcancemos ya.
La sombra de los árboles se proyectaba en el suelo, como si fueran venas palpitantes de la tierra. La noche se acercaba, y Carla sabía que el tiempo era crucial para encontrarla con vida.
—Silencio, sé que estamos cerca —sentenció Carla.
Sus pisadas eran silenciosas, transparentes. Julia, a pocos metros y con el revolver en la mano, guardaba las espaldas de su compañera. Eran ya muchas las veces que se habían encontrado en esa situación.
Tras unos pocos metros, sigilosa, Carla se llevó el dedo a la boca y, apuntando con la pistola, señaló a Julia la entrada de la mina. Ella nota como el pulso se le acelera y las dudas embotan su mente. Se relaja, es consciente que no existe un lugar más a salvo que al lado de su compañera. Después de un ligero momento de duda, se introduce por la cueva siguiéndola de cerca. La oscuridad las invade.
Carla saca de su chaqueta una linterna pequeña y la sitúa debajo del cañón de su magnum, apuntando, de manera que la bala reconozca el camino que ha de trazar en caso de ser necesaria su intervención. Silenciosas, se adentran cada vez más en la mina abandonada. A medida que avanzaba, Julia notaba como la falta de oxígeno se hacia mas presente, no podía evitar tener una extraña sensación, ese escalofrío intenso la recorría a través del cuello hacía ya unos minutos. «Todos estos meses parecen llegar a su fin», pensaba la joven detective. Desde el primer cadáver encontrado cerca de la ermita de san Bartolomé, eran seis las mujeres asesinadas en los dos largos años que llevaban investigando. Un chasquido a su espalda. De pronto oscuridad.
Julia se despierta, maniatada. Visualiza al completo la sala y al fondo ve a Carla. A unos pocos metros ve a Sofía, la chica que llevan buscando tanto tiempo.
Tenías que seguir – señala Carla.
Con paso firme se acerca a Sofía y la inyecta lo que parece un suero.
Tú – de pronto todo cobra sentido – eres tú – comenta Julia entre sollozos.
Rabiosa mira a la que fue su compañera durante tanto tiempo, no es capaz de aceptar que aquel asesino a quien llevaba buscando durante tanto tiempo, era ella.
Estás ante algo mucho mas grande que nosotras, no seas estúpida esto es necesario… ¡Calla! – grita Julia – no sabes lo que dices.
Silenciosa va soltando poco a poco las manos que tenía atadas y consigue abalanzarse encima de ella. La rabia se apodera de Julia y la golpea, grita de rabia y consigue alcanzar su pistola…
¡De rodillas y quieta Carla! voy a soltarla y nos vamos a ir – Rogó Julia entre lamentos.
Carla sonríe, discretamente recoge un cristal del suelo, se levanta y corriendo se dirige hacia Sofía. El sonido del disparo retumbo por todas y cada una de las paredes de la vieja mina, sonido que precedió un lamento. Agudo. Desgarrador.